Como dice Enrique Rojas, la voluntad es la “joya de la corona” de la inteligencia y de la conducta. Solo el que tiene determinación, firmeza, motivado por algo, avanza en esa dirección. Voluntad es elegir, y renunciar. La voluntad consiste en preferir. Es la capacidad de ponerse metas concretas y luchar por conseguirlas. Y esto se puede ejercitar. Somos capaces de entrenarnos todos los días para ser hombres y mujeres de una pieza, imponiéndonos una tabla de ejercicios para mejorar nuestra voluntad hacia un fin ordenado, que nos haga mejores, mejores personas.
Los padres tenemos que tener la costumbre de vencernos en lo pequeño, buscando la victoria sobre nosotros mismos. Toda educación empieza y termina en la voluntad. Y esta se desarrolla a base de hábitos repetidos. Solemos coincidir en la idea de que una persona con voluntad llega en la vida más lejos que una persona inteligente.
Lo nuestro es entusiasmar con los valores: con lo valioso, con lo que merece la pena. Pulir y limar a una persona para que sepa gobernarse a sí misma: eso es educar. ¿Pero en qué valores? Podríamos agruparlos en aquellos que se dirigen a los grandes fines del hombre, sus grandes cariños: Dios (nuestro padre del cielo), los demás (nuestra familia, amigos y compañeros) y uno mismo (tratándonos con la dignidad que nos confiere ser persona). Considero que debemos estar inclinados a dar ejemplo diario en:
- 1. Ser piadosos: Para saber situar las cosas, la realidad, en el orden de Dios, como las ve Él, sintiéndonos hijos suyo, pidiéndole como lo hace un niño: con constancia, sin cansarnos. Que nuestros hijos nos vean rezar todos los días, “regalando” tiempo a Dios, desde el silencio, que es la puerta de la vida interior.
Que nos vean defender la fe. Que nos vean rezar por las noches dando gracias por el día, pidiendo perdón por las faltas y omisiones, y pidiendo favores a la Virgen. Que nos vean bendiciendo la mesa como muestra de gratitud y ofreciendo el día al levantarnos, porque contamos con un día más para amar a los demás, una nueva oportunidad para sacar lo mejor de nosotros.
- 2. Ser trabajadores: Con orden, dedicando el tiempo necesario para acabar con perfección las tareas. Con diligencia, sin demorar esas cuestiones que han de ser resueltas cuanto antes para servir mejor a los demás. Con puntualidad. Con obediencia, ya que no siempre he de entender todo a la primera ni se han de hacer las cosas a mi manera, porque es más importante que gane el equipo a que gane yo.
- 3. Ser sinceros: y sencillos, y claros… Muy transparentes. Que nuestro sí sea sí, y nuestro no, no. Con economía de palabras, evitando la “logorrea” que muchas veces significa no decir nada. Llamando blanco al blanco, sin miedos, sin respetos humanos, sin estar pensando continuamente en el “qué dirán”.
- 4. Ser delicados, respetuosos, viviendo el pudor y la modestia, que son las hermanas pequeñas de la pureza de corazón y de cabeza. Manteniendo la compostura y siendo sobrios en el hablar, en el comer, en el vestir. Porque por amor, uno lucha por tratar a las personas que están más cerca como merecen ser atendidas: al fin y al cabo somos todos hijos de Dios, y eso nos hace hermanos e iguales en dignidad.
Estamos hablando de mantener el tono humano para servir mejor a los que nos rodean, pues es el único camino para alcanzar los mayores niveles de felicidad, desde la libertad, con la inteligencia y la voluntad. Con el ánimo claro de que somos capaces de conseguirlo, porque lo nuestro es amar en serio.