En medio de la soledad, los dolores y el silencio desesperanzador, Jesús desgarra su garganta con el grito más escandaloso que ha taladrado la historia: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Esta «queja» es la que refleja a un verdadero hombre, un hombre perfecto que se ha hecho pecado por nosotros sin llegar a ser pecador y está sufriendo por cagar con esa otra Cruz que es más pesada y dolorosa que en la que está clavado: nuestro pecado.
Esas palabras tan duras corresponden con un el principio del salmo 21, una oración que empieza con frustración y desesperación pero que termina con un cántico de alabanza a Dios que supera esa agonía que toda persona puede experimentar en cualquier momento de su vida, y es que Jesús manifestaba ese sentimiento que todos podemos sentir y tenía claro que, como estaba cumpliendo la voluntad de su Padre, ese grito se convertiría en canto de Resurrección.
No reprimamos nunca nuestro dolor, gritemos también a Dios en momentos difíciles sin perder de vista que al final, el sufrimiento y el pecado morirán, para dar paso a una nueva vida llena de Dios.
Antonio Guerrero