Y subiendo al monte llamó a los que El quiso, y fueron donde El estaba. Y constituyó a doce, para que estuvieran con El y para enviarlos a predicar con potestad de expulsar demonios: a Simón, a quien le dio el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes les dio el nombre de Boanerges, es decir, «hijos del trueno»; a Andrés, a Felipe, a Bartolomé, a Mateo, a Tomás, a Santiago el de Alfeo, a Tadeo, a Simón el Cananeo y a Judas Iscariote, el que le entregó (San Marcos 3, 13-19).
Estas palabras de San Marcos leídas en viernes, alcanzan la hondura de una profecía sobrecogedora:
“Jesús subió al monte, llamó a los que quiso”.
«Monte», leído en viernes, es Calvario. Desde allí llama Jesús a los que quiere, a los que ama.
Hoy, cuando contemples la Pasión del Señor, abre bien los oídos, y escucharás cómo pronuncia tu nombre desde lo alto de la Cruz. Sé que es cómodo contemplar la Pasión desde abajo, desde el ‘patio de butacas’, y dejar escapar unas lágrimas que hasta te hacen sentir bueno. Pero Él te está llamando; te quiere allí, a su lado… Quiere compartir contigo sus tesoros: su soledad, su hambre, su sed, su oprobio, las tinieblas de su corazón.
No me digas que no sabes subir. Lo que sucede es que llevas años negándote, porque prefieres conservar la lágrima sin perder la vida. ¡Es tan «dulce» tu oración! Pero tu cruz sigue en el suelo, porque aún no has querido tomarla. Ni siquiera la miras.
Al Señor le gusta que le mires, pero quiere que estés con Él. Te llama. Anda, recoge tu cruz, cárgala sobre los hombros… ¡y sube! No temas, no encontrarás arriba nada que no sea Amor.
D. José Fernando Rey Ballesteros