Cuando durante el Adviento se hablaba de Juan como la voz que grita en el desierto, yo no pensaba en otra cosa que anunciar al mundo de las redes sociales que el Reino de Dios no es que esté cerca, es que ya ha llegado. Llegó hace más de dos mil años y llegó para quedarse.
Cada uno tiene su manera propia de gritar en el desierto; hay a quien le gusta ser directo y a quien le gusta anunciar con la vida, mostrando con la alegría y la actitud de vida que ya es del Reino y que sonríe a la vida precisamente porque el Reino está en sí.
Yo creo que soy más bien de estas últimas, pero no lo digo con orgullo, porque me gustaría ser también de las otras y me cuesta mucho por culpa de los dichosos respetos humanos y porque me siento poco formada e insegura por tanto. A veces doy el paso, pero suele ser porque me lo ponen fácil, la verdad sea dicha.
Tengo una amiga que creo que es de las otras y por ello la admiro mucho. Tiene mucha formación y de sus labios casi únicamente brotan palabras de la Biblia y de los santos, porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
Por ser así, a veces puede provocar el rechazo de algunos. Como Juan y Jesús lo provocaron.
Pero tanto ella como yo tenemos grandes riesgos que debemos evitar. Ella corre el riesgo de elevarse tanto que se distancie de la vida y los problemas de quienes le rodean; y sus palabras terminen mecidas por el viento sin llegar nunca a posarse en un receptor necesitado. Y yo corro el riesgo de olvidarme de rezar y no formarme, por lo que mi vida no hablará nunca de Dios acabando completamente mundanizada. Ella, además, corre el riesgo de volverse policía de lo que es correcto y lo que no, y creyendo hacer corrección fraterna olvidarse de la caridad que le lanzó a abrirse al mundo. Y yo corro el contrario, el «todo vale», con tal de no enredarme en argumentos para mí complicados.
Esto de especializarse en un tipo de anuncio tiene también el problema de interesarnos sólo por un aspecto de la persona. Como de la parcelita que me interesa, llegando incluso a no querer saber nada del resto. Y es más, creo que vislumbro aquí un tipo de utilitarismo de la persona: si me habla de esto, bien porque me aporta, pero si me habla de aquello, paso de quedar porque no me aporta. Nos alejamos entonces del amor que nos ha movido a gritar en el desierto.
En el equilibrio está la virtud. Somos alma y cuerpo, inseparables y ambos necesitan atención. Hay que pringarse de barro, pero hay que hacerlo lleno de Dios.
En cuántos corazones habrá nacido Jesús esta Navidad, en cuántos habrá habido Navidad gracias a mis pobres gritos en el desierto. Me pregunto si habré gritado suficientemente fuerte. No lo sé. No me corresponde saberlo, además, durante el resto del año puede seguir habiendo Navidad en los corazones necesitados. Siempre se puede recomenzar y hacerlo cada vez mejor.