De vez en cuando, acontecen en la vida sucesos aparentemente anodinos que, inesperadamente, percuten con fuerza y vuelven una y otra vez a la memoria. Hace unas semanas, después de dar una conferencia bastante multitudinaria, se me acercó un matrimonio para felicitarme. El marido me agarró del antebrazo y, después de la felicitación, me apretó con fuerza y me dijo con severidad: “¡cuidado con el diablito! Va a intentar que usted caiga”. Y estuvo como cinco o diez minutos más alternando la felicitación y agradecimiento por la conferencia con esta advertencia. Tanto y tan seriamente insistió con el diablito que me atreví a pedirle que rezara por mí, y él y su esposa, que asentía con gravedad, me prometieron rezar por mí cada día a partir de ese momento.
Al principio, no presté mucha atención al encuentro. Una anécdota más, que el resto de la jornada diluiría entre los demás eventos. Pero, con las horas y los días, la advertencia se iba haciendo presente, golpeando una y otra vez mi memoria. Hay personas que surgen de pronto como una aparición, con una fuerza especial, y aquel hombre era una de esas personas.
Me hizo pensar en algo que Loles me dice siempre: “con todo lo que escribes, la gente se va a pensar que somos una familia perfecta, y no”. Así que me he decidido a escribir un disclaimer, no sea que el diablito me haga caer de verdad.
La familia es, sobre todo, el lugar de la verdad. En ella nadie tiene escapatoria. La máscara que nos hemos forjado y la apariencia que hemos podido cultivar para quienes solo pueden vernos desde determinados ángulos, se derrumban irremisiblemente ante la visión de 360 grados de la familia. Todos nos vemos y nos sabemos pequeños y vulnerables al lado de nuestra mujer, nuestro marido, nuestros hijos, nuestros padres o nuestros amigos.
Eso es lo que me da tranquilidad: mi familia. Para ellos no hay engaño posible. Ya puedo tener el acierto de escribir el mejor de los posts acerca del amor, que ellos no se confundirán y me seguirán queriendo por lo que soy y no por lo que escribo. Sabrán perdonarme la torpeza de haberlo hecho precisamente a costa de un tiempo familiar, olvidarán mi desatención al no darme cuenta de que alguna hija se había cortado el pelo quince centímetros, o incluso volverán a reproducir la misma conversación que acababan de tener delante de mí sin que yo, metido en mis cosas, la escuchara…
Loles tiene razón. Somos un matrimonio y una familia imperfecta, ¡gracias a Dios!, y mucho más de lo que parece. Pero es esa imperfección la que nos impulsa a luchar cada día. Y así llevamos ya casi cuarenta años… más cinco de novios.
El diablito anda suelto, es cierto, pero aún así, voy a seguir escribiendo. Cuántas veces el mensajero es indigno del mensaje que transmite. ¡Ay de mí si no evangelizare!, clamaba Pablo de Tarso, que se veía indigno, con ese aguijón que, según él mismo reconocía, le espoleaba la carne y tiraba de él para abajo.
Hoy, necesitamos muchos que hablen de la familia, que inunden las estanterías, el mundo del espectáculo, el espacio virtual, las plazas y todas las ágoras del mundo moderno. Y la mejor manera de no caer ante las asechanzas del diablito es, primero, creerse y saberse capaz de lo peor y, después, refugiarse humildemente en la propia familia, donde no hay otro peligro que el querer huir de ella.