Vamos a ser sinceros: cuando hay apuestas de por medio, ver fútbol, tenis o tiro con arco es totalmente distinto. Se palpa en el ambiente. Hay más emoción, tensión, pique… Disfrutamos mucho más y vivimos esas competiciones o partidas de forma más intensa, porque apostando hacemos también nuestra esa victoria, o esa derrota…
Como en todo en esta vida, también a la hora de apostar lo que más cuesta es decidir… ¿por qué este y no el otro? ¿Cuánto estoy dispuesto a pagar? Suele haber un momento en que solo tenemos en cuenta lo que vamos a ganar, y nos emocionamos hasta que toca dar el paso; ahí es cuando recordamos que si vamos a ganar mucho es porque nos hemos arriesgado mucho, y nos echamos atrás… quizá conviene asegurar un poco…
Pero al final, la decisión es la clave, porque pasamos de dominar a no dominar: cuando hemos apostado ganar o perder ya no depende de nosotros. Eso sí, justamente allí está la emoción…
En la vida hay muchas apuestas, y en la mayoría no se apuesta dinero. De hecho, lo que apostamos continuamente es nuestra felicidad. Ahora bien, muchas veces en la realidad intentamos ser felices a costa de los demás. Por ejemplo, cuando criticamos a alguien para que otros se fijen en nosotros, o cuando ayudamos en las tareas de casa… Pero las apuestas no funcionan así. Si no apostamos nosotros con lo nuestro no ganamos, y además se pierde toda la emoción…
Para ser felices de verdad tenemos que poner en juego nuestra propia felicidad. Sólo así haremos nuestras las victorias o derrotas. Esta es la clave del mensaje de Jesús, en la entrega y en el servicio a Dios y a los demás está la felicidad. Si apostamos todo, si nos entregamos del todo, ganaremos todo.