Iluminación

Cambiar el mundo

Javier Pereda Pereda

La corporación municipal de la ciudad de Jaén encenderá mañana sábado la iluminación navideña. Estas navidades alumbrarán un millón seiscientos mil puntos “led” (diodos emisores de luz) y cerca de mil arcos iluminados. Los responsables públicos de velar por engalanar y ornamentar todas las calles, se apresuran a prepararlas con el esmero que merece la celebración del acontecimiento histórico más importante: el nacimiento del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret.

Esa es la razón última de este derroche de luz, que todos los años conmemora de forma espléndida la cultura occidental de raíces cristianas. Pero no todos conocen o quieren admitir el sentido profundo y genuino de esta proeza deslumbrante, que marca un antes y después en la Historia; porque algunos lo reducen a una mera tradición, a todas luces deslucida.

En el Evangelio encontramos diferentes referencias que aportan luz sobre el sentido teológico de este fulgor. Así, la señal que vieron los Reyes Magos de Oriente para encontrar al Rey de los Judíos, al que buscaban con anhelo para adorarle, era una estrella que desprendía una luz brillante. Cuando los sabios persas o babilonios llegaron a Jerusalén y hablaron con Herodes, este astro radiante se ocultó; al reanudar la marcha aparecieron de nuevo sus destellos, que les condujo hasta donde estaba el niño, en Belén.

El evangelista predilecto del Señor relata en el prólogo de su evangelio quién era esa luz y qué representaba: “El Verbo era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre”; y una observación actual y lamentable: “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no le recibieron”. Unos versículos más adelante Jesús arroja luz ante la falta de luces: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.

El primer evangelista recoge la imagen de la sal y la luz del mundo, para conminar a los seguidores de Jesús de esta misión transformadora de la sociedad: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte (…) Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos”.

El apóstol de los gentiles, Pablo de Tarso, escribe a los macedonios de Filipos y anima a esa comunidad cristina para que, en medio de una generación depravada y perversa: “brilléis como luceros en el mundo al poner en alto la palabra de vida”. A los de Éfeso les exhorta a aportar frutos de luz: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora en cambio sois luz, porque el fruto de la luz se manifiesta en toda bondad, justicia y verdad”.

Finalmente, en la primera carta del apóstol desterrado en la isla de Patmos, insta a la coherencia de vida y previene del engaño del pecado: “Si decimos que estamos en comunión con Él y sin embargo caminamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad”.

Entonces la iluminación que reluce en las calles de nuestras ciudades, saca a la luz la estrella que conduce a Jesús; nos señala el Camino, la Verdad y la Vida; se opone a las tinieblas, el mal y el pecado en sus distintas manifestaciones; y representa un recordatorio para los seguidores del Maestro, que han de comportarse con arreglo a su compromiso bautismal. Este resplandor es el mismo que simboliza la liturgia de la luz en la Semana Santa: Cristo luz del mundo, que vence con su muerte y resurrección las tinieblas del pecado.

Los principales misterios cristianos, la Navidad y la Pasión, están estrechamente relacionados y exigen de una preparación remota mediante el Adviento y la Cuaresma. Si los servicios públicos prevén el deslumbramiento de luminosidad, la Iglesia, como madre y maestra, inaugura este tiempo litúrgico “fuerte” con las cuatro semanas de Adviento, que datan del siglo VI en Roma, con Gregorio Magno.

Una sociedad alejada de la luz de Dios, titila como pabilo humeante, al permanecer sumida en las tinieblas. La luz pasajera que ilumina las ciudades nos recuerda la “lux perpétua” y la “Luz de Luz” (Símbolo Niceno-constantinopolitano). Luz de esperanza sin perder la deportividad ante una sociedad sin recursos morales; luz para encontrar en el Niño Dios la felicidad; y luz que nos impulsa a ser sembradores de paz y de alegría.