En los penúltimos compases de la Carta El Rosario de la Virgen María, san Juan Pablo II afirma: «El Rosario es realmente un itinerario espiritual en el que María se hace madre, maestra, guía, y sostiene al fiel con su poderosa intercesión. ¿Cómo asombrarse, pues, si al final de esta oración, en la cual se ha experimentado íntimamente la maternidad de María, el espíritu siente necesidad de dedicar una alabanza a la Santísima Virgen, bien con la espléndida oración de la Salve Regina, bien con las Letanías lauretanas?».
Las letanías constituyen un tipo de oración en sí mismas. Dan nombre a una enumeración ordenada precisa el diccionario de la RAE de breves invocaciones dirigidas a Dios, a la Virgen o a los santos, a cada una de las cuales los interlocutores responden a coro con una súplica, la mayoría de las veces idéntica. Tienden, pues, a ser dialogales.
En la práctica de la Iglesia universal, aunque se hayan aprobado varias más, sólo cuentan dos letanías: las de los santos, las más añejas, que se recitan en ceremonias ocasionales y solemnes, tales como las ordenaciones episcopales y presbiterales, y las lauretanas o de la Santísima Virgen, mucho más frecuentes y populares Origen disperso.
El apellido técnico con que se conoce a estas últimas engaña, pues induce fácilmente a pensar que tuvieron su origen en la Santa Casa de Loreto, basílica celebérrima en cuyo interior se conservan, según venerable tradición, los muros de la casa de la Sagrada Familia en Nazaret, en la que vivió Jesús. Pero no. Las letanías lauretanas no surgieron en ese santuario, ubicado como hacia la mitad de la bota italiana, en la costa del Adriático.
¿Dónde nacieron, entonces? Digamos que en algunos puntos difusos de la Europa medieval, entre monásticos y catedralicios. No hay modo de dictaminarlo con precisión. Pero en lo que sí concuerdan los entendidos es en señalar que fueron abriéndose paso a partir del siglo XII, como un desarrollo autónomo y algo errático de las aclamaciones marianas contenidas en las letanías de los santos: Santa María, Santa Madre de Dios, Santa Virgen de las vírgenes. Es decir, que aquí y allá un desbordante cariño fue empujando e impulsando la proliferación de invocaciones a María Santísima, unas veces más atinadas que otras. Sin prisas, pero sin pausas.
El papel de Loreto
Ya en el siglo XVI, lo que sí va a aportar Loreto es una estructuración más cuajada de las letanías, a lo que han de sumarse otros dos factores capitales para que alcanzaran amplia y pronta resonancia: su creciente prestigio como lugar mariano y la proximidad afectiva y efectiva de los Romanos Pontífices.
En aquella época, Italia era una barahúnda de Estados más o menos extensos y soberanos, cuyos pobladores tenían claro que, pese a tantas guerras entre ellos, conformaban una nación. Y de ésta, a lo largo del siglo XVI, la Virgen de Loreto fue adquiriendo aires netos de Patrona, de primacía sobre otras imágenes o advocaciones marianas. Al ritmo parejo de la construcción de su grandiosa basílica, impulsada por los Papas.
Durante la primera mitad de dicho siglo, en Loreto se llegó a una fórmula litánica excelente, que se cantaba o recitaba los sábados y fiestas de la Virgen. Ganó fama gracias, entre otros motivos, a que intercalaba las llamadas letanías escriturales, inspiradas en frases de las Sagradas Escrituras. Tampoco es que éstas fueran la mayoría, pero sí fueron las que cobraron mayor ascendiente. Son sin duda las más líricas y poéticas, hoy fácilmente reconocibles en los trece piropos que van desde Espejo de justicia a Estrella de la mañana.
Unión al Rosario
Será en la segunda mitad del siglo XVI cuando las letanías lauretanas se incorporen al rezo del Rosario. El pionero en hacerlo, o al menos el primer Papa en sancionar con su autoridad esta práctica, fue san Pío V. Lo dispuso justo después del 7 de octubre de 1571, fecha de la decisiva victoria naval de Lepanto contra los turcos. A partir de entonces, la difusión de esta costumbre, primero por Italia y enseguida por todo el mundo católico, puede calificarse de bastante veloz.
No obstante, las letanías mantuvieron en paralelo su propia vida expansiva por cabildos capitulares y coros monásticos. De hecho, por dar una idea, el gran Palestrina (1525-1594) llegó a musicalizar once letanías, una de ellas para ocho voces. Las disposiciones pontificias que entonces se tomen afectarán tanto a su canto o rezo autónomo como al unido al Rosario.
En pocos decenios, varios papas concederán indulgencias, restringirán la aparición de otras letanías y reservarán a la Santa Sede toda posible añadidura o modificación de las invocaciones previstas. Y así hasta hoy.
Y hasta hoy mantienen también las letanías lauretanas su esquema básico: nueve iniciales dirigidas a Cristo y la Trinidad, así como tres a Santa María, provenientes las doce de las letanías de los santos; les siguen catorce que la invocan como Madre, seis como Virgen colmada de virtudes, las mencionadas trece escriturales, cinco como Protectora y rematan las trece como Reina, seis de ellas ausentes del primer canon lauretano y añadidas a lo largo de los siglos.
De 44 a 54 (55) letanías
Porque, en efecto, de las 44 invocaciones marianas que integraron las letanías en 1572, año en que se da por fijado su número y fórmula, hoy hemos pasado a 54, cada adición con su motivo y contexto. No obstante, en España y los países hispanos resulta que desde el siglo XVIII tenemos oficialmente una más: 55.
La primera letanía que se agregó fue casi de inmediato: Auxilio de los cristianos, en 1578. Suele adjudicarse a san Pío V tras Lepanto, y parece que tal fue la razón, pero las fechas cantan, ya que ese papa murió en mayo de 1572, a los siete meses de la batalla.
Casi dos siglos más tarde, en 1767, Clemente XIII concedió que en el imperio español se añadiera Madre inmaculada. Obedeció a la secular defensa de la Inmaculada Concepción de María por parte de gobernantes, estamentos y pueblos hispanos, y a la petición del rey Carlos III, que en 1761 ya había conseguido el patronazgo de la Inmaculada sobre España. De ahí provino nuestra letanía 55, vigente asimismo hoy en Hispanoamérica y Filipinas.
Pío VII introdujo en 1814 Reina de todos los santos, tras recalar en Loreto camino de Roma, adonde regresaba después de casi cinco años de cautiverio por parte de Napoleón. Un siglo más tarde, en 1917, Benedicto XV añadió de pleno Reina de la paz, que ya había aprobado dos años antes, para pedir por el fin de la primera Guerra Mundial.
Reina concebida sin pecado original no deja de ser una reduplicación de la hispana Madre inmaculada. Fue aprobada tras la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción en 1858, pero no se intercaló en las letanías hasta 1881. Por su parte, Pío XII agregó Reina elevada al cielo en 1950, al definir el dogma de la Asunción de la Virgen.
De León XIII son dos letanías Reina del santísimo Rosario, de 1883, y Madre del buen consejo consejo, de 1903. Y de san Juan Pablo II otras dos: Madre de la Iglesia, de 1980, y Reina de la familia, de 1995.
Las tres últimas, de 2020.
Finalmente, en junio de 2020 el papa Francisco incorporó tres letanías más. Nunca antes se habían añadido tres de golpe, ni siquiera dos, y merecen algún comentario acerca de su traducción y significado.
Sobre Mater misericordiae y Mater spei véase abajo. ¿Y cómo traducir Solacium migrantium, introducida entre las letanías que invocan a María como Protectora? Veamos. Solaz, que sería el término más directo en castellano, suena a obsoleto y a crucigrama. Alivio, Consuelo: sí, pero no recogen a fondo la idea implicada, aparte de que el segundo vocablo choca de algún modo con la letanía siguiente y no debería repetirse. Así las cosas, la traducción que mejor congenia apuesto que es Descanso de los migrantes.
Y así seguimos hoy, al igual que tantos otros hijos de la Iglesia han hecho a lo largo de los siglos, repitiendo y paladeando millones de veces cada día en todo el orbe de la tierra el bello recital de las Letanías de la Santísima Virgen.
¿Cómo traducir Mater misericordiae y Mater spei?
De las letanías introducidas en 2020, ¿cómo traducir Mater misericordiae y Mater spei? El latín, por sí solo, no indica nada acerca de si es más apropiado hacerlo como Madre de misericordia, …de esperanza, o como Madre de la misericordia, …de la esperanza. Pero en nuestro idioma las cosas pueden ser distintas, y no poco.
Dice una oración habitualmente rezada al término de cada misterio: María, Madre de gracia y de misericordia. Sin el “la”. En cuanto tal, la expresión alude de modo claro a María como Madre misericordiosa, cualidad hermosa y atributo ciertamente materno, de universal reconocimiento en Nuestra Señora. La misma Salve la llama Madre de misericordia, e insiste en sus ojos misericordiosos. Así, pues, la tradición orante empieza y acaba refiriéndose a Ella como Madre compasiva, en cuyo corazón caben las miserias de quienes la invocan. Lo cual parece inclinar la balanza hacia la versión Madre de misericordia y, por ende, Madre de esperanza.
Mas hete aquí que la categoría posicional que se ha otorgado a ambas letanías parece obligar a añadir el “la”, con la consiguiente alteración de significado. Porque se las ha situado justo antes y después de Madre de la divina gracia. Con tal disposición, ¿las letanías alusivas a la misericordia y la esperanza siguen ahora empezando y acabando en María, o más bien estamos ante un circunstancial acceso materno a la personificación de esas virtudes en Jesucristo? ¿Añaden de veras algún matiz mariano a la cordial e impagable clemencia divina, o a la virtud teologal e infusa de la esperanza?
Nada he leído en estos tres años respecto a tal cuestión, como si se hubiera dado sin más por resuelta. En mi caso, desde el primer momento opté por la versión sin el “la”, por entenderla más apropiada. Luego me ha parecido comprobar que mayoritariamente se emplea la otra.
La verdad, desearía que alguien con la debida autoridad lo clarificara. Por eso, apelo a que la instancia vaticana o quizá episcopal oportuna aclare tanto el sentido como el significado y la correcta traducción de estas dos letanías.
Permítaseme agregar la pacífica opinión de que a ambas les sobra rigidez académica y les falta chispa poética. Pienso en Raíz, Acueducto, Manantial, Espejo u otro de los tantos bellos epítetos posibles, que afectarían sin duda al sitio en donde encajar la misericordia y la esperanza en las letanías lauretanas. El prefacio de la Asunción, por ejemplo, afirma que María Santísima es Ejemplo de esperanza segura.
José Ramón Pérez Arangüena