Interesante pregunta la de hoy. ¿Existe le amor para siempre? ¿Seré capaz de vivir toda mi vida junto a la misma persona? ¿Y si ella cambia?, ¿si él me engaña o me pega?
Mirando en los post anteriores de esta catequesis sobre el noviazgo, podéis obtener muchas pistas para resolver estas u otras preguntas que se os ocurran. Hoy, quizá, debamos centrarnos en una cuestión que las engloba a todas y que hace posible que todo lo demás pueda superarse. Hoy hablaré del amor, de un amor que sí considero que puede ser para siempre y que es capaz de sanar hasta las heridas más profundas.
Todos, alguna vez, hemos sentido el amor en cualquiera de sus variantes: el amor del hogar familiar, el amor de amistad con aquellos de los que te vuelves inseparable o el amor de noviazgo/conyugal que, además, incluye también una atracción física y un aspecto sexual. Cada uno es distinto, pero todos tienen en común algo: el olvido generoso de uno en pos del otro.
¡Ésta es la clave! Y por ello el amor puede ser para toda la vida. Cuando cada día te levantes pensando que la otra persona lo es todo para ti, con sus defectos y con sus manías; aunque ella ya no esté tan rubia y delgada como cuando la conociste, o aunque él haya echado panza de tomar tanta cerveza y palomitas.
Es cierto que mantener esa ilusión cada día es difícil, pero ¡pena sería que no lo fuese!, porque entonces nos acostumbraríamos y perderíamos la belleza de valorarlo.
El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.
Y es que al final, precisamente, se trata de eso. De descubrir lo verdaderamente bonito del amor, que muchas veces se esconde detrás de lo que, de primeras, nos parece inaguantable. De aceptar en al otro en sí mismo para hacerle crecer en sus virtudes y defectos. Cincuenta años con la misma mujer a todo el mundo le parecería insoportable, pero con qué alegría lo celebran los que llegan a eso…
Desde esta perspectiva nos acercamos y entendemos mejor un amor como el de Cristo en la Cruz: gratuito, desinteresado… que nos acepta y nos elige para que seamos salvados por su Pasión. A este amor aspiramos los cristianos (lo describe muy bien san Pablo en una de sus cartas) en todas nuestras relaciones sociales, y también en el matrimonio.
Puede parecer paradójico pero, la única clave para luchar contra el desamor es la de luchar por volverse a enamorar del otro, por volver a elegirle tal y como es. ¿Y si empiezas hoy mismo?