En la guerra de los «cristeros», cuando la Revolución Mexicana persiguió de muerte a la Iglesia, las misas se celebraban clandestinamente y los vecinos se pasaban la voz cada vez que llegaba un sacerdote vestido de paisano al pueblo.
Sucedió que en un pueblo esperaban al sacerdote que llegaría ese fin de semana de otro pueblo vecino. Los catequistas clandestinos consiguieron un viejo granero, lo suficientemente amplio para albergar a unos cientos de fieles. Aquel domingo por la mañana el viejo granero estaba lleno. Las seiscientas personas que estaban reunidas se llenaron de terror al ver a dos hombres entrar vestidos con uniforme militar y armados. Uno de los hombres dijo: «El que se atreva a recibir un tiro por Cristo, quédese donde está. Las puertas estarán abiertas solo cinco minutos». Todos, comenzando con los del coro, pasando por los diáconos, se levantaron y huyeron. De las seiscientas personas solo quedaron veinte. El militar que había hablado miró al sacerdote y le dijo: «Padre, yo también soy cristiano y ya me deshice de los hipócritas. Continúe con su celebración».
La persona que es coherente sabe unir lo que piensa con lo que dice y con lo que hace, independientemente de las presiones del ambiente
En el lenguaje normal decimos que alguien tiene personalidad cuando está dispuesto a llegar hasta las consecuencias que hagan falta para defender sus principios. La persona que es coherente sabe unir lo que piensa con lo que dice y con lo que hace, independientemente de las presiones del ambiente o como en el caso de la anécdota, incluso hasta jugarse la vida por algo que considera que vale la pena.
Se puede decir que la placa que identifica a un héroe es precisamente la valentía de defender sus propias convicciones delante de quien sea y en el ambiente que sea por adverso que parezca; es la persona que no teme hacer el ridículo, dice lo que piensa con tal de ser fiel a lo que considera correcto; es la persona de una sola pieza que mantiene la palabra dada, que llega incluso al sacrificio con tal de cumplir con lo que él entiende que es su propio deber.
La admiración que despiertan en nosotros estas personas, capaces de jugarse la vida por un ideal, es un ejemplo claro de que el hombre no está hecho para la vida chata, anodina, relativista en donde todo da igual. Gracias a estas personas coherentes es que hoy disfrutamos y admitimos como cumbres alcanzadas, bienes tan valiosos como la libertad, la igualdad entre el hombre y la mujer, la abolición de la esclavitud, el derecho al voto… En verdad, admitámoslo, el camino de la historia lo han marcado personas coherentes que con su fuerte personalidad hicieron sacrificios sin cuento. Podemos ver más lejos gracias a que estamos sobre los hombros de los gigantes de la magnanimidad y la coherencia que nos han precedido.
¿No es verdad que abundan las traiciones, las promesas incumplidas, incluso en el matrimonio?
Pero, hagamos una mirada al panorama actual. ¿No es verdad que abundan las traiciones, las promesas incumplidas, incluso en el matrimonio? ¿No es verdad que hemos perdido tanto la confianza en los que deberían ser nuestros héroes, que hemos de recurrir a los fabricados por la imaginación y que aparecen en las películas de cómics o en «personajillos» que son fuente de escándalos de todo tipo? ¿No es verdad que existen padres de familia que se debaten en una crisis de autoridad y de falta de ejemplaridad hacia sus hijos?
Es verdad, las personas coherentes son un bien escaso y por lo tanto muy valioso. Precisamente por lo anterior es que hace falta ahora más que nunca que te plantees ser uno de esos campeones en los que no exista fisura entre lo que son, lo que dicen y hacen. Personas que enseñan primero con el ejemplo y luego con las palabras. Personas que no son perfectas pero que tienen la grandeza de ánimo de levantarse después de cada caída, que tienen la sinceridad de reconocer que les falta crecer en coherencia, y por esto se esfuerzan una y otra vez, con su fortaleza sostienen la debilidad de los demás.
Juan Carlos Oyuela Pavón