Hace tiempo rulaba un vídeo por Whatsapp sobre Hacienda. La idea era que salían varias casillas, cada cual con el dibujo de una persona o empresa. Al principio del vídeo se decía: “Hacienda somos todos”; pero a continuación se iban tumbando casillas. Por ejemplo, la de un fontanero, porque factura sin IVA; las de los ricos más famosos porque evaden impuestos y casi no cotizan; las de grandes empresas porque tienen exenciones fiscales; las de los bancos y políticos también… Total, que al final solo quedaba una casilla con la cara de un señor cualquiera y se decía: “Hacienda eres tú, ¡gilipollas!”.
Esto pasa con todo tipo de grupos o uniones entre personas. Todos los miembros disfrutan de los beneficios que aporta formar parte del grupo pero muy pocos los que cumplen con las obligaciones exigidas. El resultado es que muchos viven a costa de la minoría que hace lo que debe, hasta que todo acaba petando… Un ejemplo claro es la corrupción, sufrida en muchos países y que no se da solamente en las altas esferas de la sociedad.
La solución inmediata es cargarse a todos los que se mueven por intereses propios, sin embargo, lo más probable es que estos vuelvan, u otros con los mismos fines. La verdadera solución está en la mano de los que cumplen, que deben superar su conformismo. Estos son los encargados de demostrar que hay motivos más valiosos y gratificantes que el propio interés para ir más allá del mero cumplir.
A esto estamos llamados los cristianos en muchísimas ocasiones a lo largo de nuestra vida, porque tenemos el mayor motivo: amar a Dios y que lo amen los que nos rodean y sean felices. Podemos esforzarnos en nuestra familia, en nuestro grupo de amigos, el trabajo, las obligaciones civiles… Además, haciendo todo esto, estaremos sanando y sacando adelante el grupo más importante al que pertenecemos: la Iglesia, Cuerpo de Cristo, de la que somos miembros y representantes.