Decía el Papa Francisco en la Misa del Gallo de hace apenas 3 días que Jesús no viene a devorar y a mandar, sino a nutrir y servir. (…) Lo entendieron, en esa noche, los pastores, que estaban entre los marginados de entonces. Pero ninguno está marginado a los ojos de Dios y fueron justamente ellos los invitados a la Navidad. Quien estaba seguro de sí mismo, autosuficiente, se quedó en casa entre sus cosas, los pastores, en cambio, «fueron corriendo de prisa» (cf. Lc 2,16).
Me llamaba mucho la atención contemplar esa escena en la que Dios cuenta con lo más pequeño del lugar y del momento, cuenta con los más miserables a los ojos del mundo, con quienes vivían en los márgenes, con quienes -como decía el Papa- eran marginados por todos. El ángel se aparece a los pastores para anunciarles que el Salvador ha nacido y que lo encontrarán envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc 2, 20), no se aparece a un rey, a un príncipe, no llega a un palacio con riquezas, no anuncia primero esa buena noticia a los más guapos, más listos, más cumplidores de la ley… ¡No!, se aparece a unos pobres pastores, quienes, probablemente, se sentirían frustrados por la mala imagen que tenían a los ojos del mundo, por tener que vivir la soledad que supone una vida cuidando un rebaño, por el frío que supone vivir a la intemperie en plena noche…
También me resultaba curioso que ellos dejaron lo que estaban haciendo y se fueron deprisa, igual que la Virgen cuando fue a visitar a su prima Isabel (Lc 1, 39). La gente sencilla y humilde (la Virgen, los pastores, las mujeres que anunciaron la Resurrección…) no espera ni un segundo para ponerse a cumplir la voluntad de Dios, escuchan su voz y la siguen sin dudar ni un segundo.
Ojala tú y yo podamos ser como esos pastores, sencillos, humildes, viviendo a la intemperie, dejando todo en cuanto oímos la voz de Dios para ponernos en camino, adorando al Niño con lo poco que tenemos… Lejos de creernos los mejores, de pensar que somos perfectos, que todo el mundo nos adora, lejos de querer vivir dando la talla a los ojos de todos, de pensar que Dios no tiene nada más que decirle a nuestra vida, que ya lo sabemos todo… ¡Líbranos de creernos autosuficientes, Señor!
Y -en palabras del Papa Francisco- entremos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas, nuestros pecados. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados por Dios.
¡Contemplando su amor humilde e infinito, digámosle sencillamente «gracias, gracias porque has hecho todo esto por mí»!
(Papa Francisco, Nochebuena 2016)