El Papa Francisco dijo hace unas semanas: “Tengo miedo de que el Señor pase y no le reconozca; que el Señor pase delante de mí en una de estas personas pequeñas, necesitadas, y yo no me dé cuenta de que es Jesús».
Y en esta pasada Nochebuena en Jimena, un pequeño pueblo de Jaén, el día en que nació el Niño, me sonó el teléfono a las 2 de la madrugada, justo cuando estaba a punto de entrar en la fiesta a la que me dirigía con mis amigos, tras haber acudido a la Misa de Gallo. Al otro lado de la línea un amigo me decía que una mujer sin hogar se encontraba en la plaza del pueblo, con mucho frío y asustada tras ser perseguida por unos chavales.
En ese mismo instante me di cuenta de que era el Niño recién nacido, el Señor mismo, el que me necesitaba. Junto con D. Antonio Robles -el párroco de mi pueblo- y varios amigos más que no se consideran creyentes, habilitamos una habitación en la Parroquia de Santiago el Mayor, montamos una cama y le dimos cobijo y un poco de cariño a esa pobre señora que sin decir nada, se encontraba triste, sola y con mucho frío en aquel rincón de la plaza.
Ha sido ésta la mejor Nochebuena que el Señor me podía regalar. Disfruté de la cena con mi familia, participé en la Santa Misa, ayudé a esta mujer que lo necesitaba y después tuve tiempo de divertirme con mis amigos en la fiesta organizada para la ocasión. El Señor pasa por nuestro lado a diario, pero a veces estamos tan ciegos en cosas insignificantes que no nos percatamos de su presencia. Abramos los ojos de par en par, para ver la luz que nos regala el Salvador con su nacimiento y contribuyamos a cambiar el mundo a base de acciones tan pequeñitas como esta.