Sr. Obispo, sr. Vicario general, sacerdotes, formadores de nuestro seminario, seminaristas, y todos los que compartimos hoy ésta cena.
Otro año más nos disponemos a celebrar la Navidad, y si miramos un poco alrededor, podemos ver con tristeza como está cambiando el verdadero significado de la Navidad, como nuestro mundo se sumerge en un afán consumista que poco tiene de cristiano y como tristemente se aleja de Dios hasta sacarlo de su vida y su corazón.
Añadido a esto hay que tener en cuenta el ataque tremendo de “enemigos de la Navidad” y en general de todo aquello que tenga que ver con la religión. Basan su guerra en decir que ésta es una fiesta pagana, que Jesús no nació en esta fecha, que lo mejor sería no celebrarla. Se alzan algunas voces que afirman que Dios no existe, que no se lleva creer en Dios, y como ellos son tan modernos y no quieren quedarse anticuados deciden no sólo apartar a Dios de su vida, sino cargar contra todo aquel que cree en Él.
Hace unos días, por desgracia durante la celebración de un funeral pude comprobar está situación. En el templo no éramos más de ochenta personas (fuera quedaron casi el doble que no quisieron entrar). La homilía fue sencilla, cercana, llena de afecto y cariño por parte del sacerdote que la oficiaba, y sin embargo quedo empañada por la actitud de la mayoría de las personas que allí estábamos. No solo no prestaban atención a la celebración dedicándose a hablar e impidiéndonos a los que la queríamos oír poderlo hacer, es que cuando respondíamos u orábamos con el sacerdote nos miraban como bichos raros, como si fuésemos nosotros los que estábamos fuera de contexto. Así una y otra vez hasta que cada vez eran menos las voces participando de la Misa. Llego al extremo de que cuando el sacerdote se dispuso a hacer la Consagración, ni tan siquiera respetaron eso y hubo voces que se alzaron diciendo: “ bueeeeno, pero que va a decir Misa y todo….” El sacerdote les respondió con la mayor educación posible y que desde luego no merecían.
Fue en ese momento cuando pensé que no, que esto no es así, que no tengo porque esconderme ni mucho menos tapar mi fe para que ustedes señores estén a gusto y satisfechos, porque entonces me sentiría con un corazón vacío como el que tienen ellos, porque tengo una frase muy presente y es que el verdadero vacío del hombre, es la ausencia de Dios en su vida.
A todas estas personas que nos critica por ser creyentes y vivir la Navidad de manera distinta a ellos les diría que los cristianos no celebramos fiestas, que celebramos hechos. Que para nosotros el verdadero sentido de la Navidad es el
Amor. El amor que tuvo Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que todo el que cree en Él no se pierda sino que tenga vida eterna.
Al oír la palabra Navidad muchos piensan que es tiempo de felicidad y alegría, que es cuando la gente se siente más amable y ayuda más al prójimo y también es el tiempo en que muchos “cristianos” no se avergüenzan de serlo, o por lo menos de decirlo.
La Navidad es una fiesta de familia, que tiene su origen en una Familia, la Sagrada Familia donde Dios vino al mundo. Es tiempo de disfrutar de ella y amarla y cuidarla del mismo modo en que Dios cuida de nosotros. Es un recordatorio de cómo debemos amarnos los hombres. Y sobre todo es tiempo de alabar y dar gracias a Dios por todo lo que nos da.
La Navidad dura solo unos días en el calendario, pero Navidad puede ser siempre si nos dejamos guiar por esa estrella que guió a los magos de oriente hacia la Luz que es principio y fin de todo lo creado, Cristo Jesús.
Por todo ello, preparemos nuestros corazones como un pesebre para que nuestro Señor repose en él y no sólo en Navidad, sino durante todo el año.
Os deseo a todos una feliz y santa Navidad.
Alocución pronunciada por Victoria Castillo Díaz, esposa del portero del Seminario Diocesano de Jaén durante la cena de Navidad el día 22 de diciembre de 2016