Un Santo no muy conocido decía que “para ofrecer una eucaristía se necesitarían tres eternidades: una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias” ¡y la verdad es que tiene mucha razón!
Hace unos días hablando con un amigo nos dio un venazo místico y nos pusimos a hablar (no os penséis que nuestras conversaciones habituales son de este estilo…) de que si realmente nos creyésemos que Jesucristo, Dios mismo, se ha quedado presente, de verdad, en esa caja cuadrada, más o menos adornada, a la que llamamos Sagrario; si de verdad tuviésemos “fe como un grano de mostaza”, entonces no podríamos separarnos del Señor, no podríamos dejar de mirarle, de adorarle, de amarle, de entregarnos por completo a Él como Él lo hizo por nosotros en la Cruz.
La conclusión a la que llegamos es que Dios quiere que le adoremos, que estemos a su lado; aunque ciertamente nos falta mucha fe y debemos pedirle a Dios con insistencia que nos ayude a amarle más, a creer de verdad en Él… Pero por otra parte estamos en este mundo no para que nos quedemos metidos en la iglesia encerrados dejando que los que no le conocen sigan sin conocerle y se pierdan en su vida de hastío y de infelicidad. Lo que Dios quiere es que día tras día procuremos no reducir nuestra fe al oratorio, a la capilla, a la iglesia, a la Misa, sino que con nuestro testimonio de cristianos hagamos a Cristo presente en nuestra vida y con nuestra vida en todo lugar en el que nos encontremos.
Para esto la clave esta en cómo vivimos la Santa Misa, como nos presentamos ante Dios que se hace verdaderamente presente en ese pan y ese vino, en esa poquedad y miseria, en esa nada. Otro santo decía que la Misa es “el sacrificio sacramental del Cuerpo y de la Sangre del Señor, ese misterio de fe que anuda en sí todos los misterios del Cristianismo”. Somos cristianos y queremos vivir cristianamente y para que de verdad Cristo viva en ti y en mi lo que tenemos que hacer es vivir la Misa de verdad y así toda tu vida, todo tu día será como una misa, porque los demás verán en ti el rostro mismo de Jesucristo. Como afirmaba un escritor y religioso húngaro: Como sea tu Misa, así será tu fe. Y es que si vivimos con intensidad ese momento en el que Dios se hace presente entre nosotros, entonces este será el acontecimiento central de nuestro día y en torno el estará todo lo demás: ¡Estaremos en el mundo sin perder el norte, que es Jesucristo!
En definitiva, que la Misa no sea un momento de pesadez que esperamos que pase cuanto antes mejor, sino que sea un autentico encuentro con Cristo que se quedo por ti, por mi, ¡por toda la humanidad!, en este mundo bajo las formas de pan y de vino. Para que así cuando te vean no te vean a ti sino a Cristo.