La obra de misericordia que a la que hoy te animamos es a visitar a los presos. Así, a primera vista, es algo bastante poco llamativo. ¿Una cárcel? ¿Un delincuente? O mejor dicho… ¿yo en una cárcel?, ¿con un delincuente? ¡Ni loco!
Eso me repiten muchos de mis amigos cuando los sábados por la noche me retiro un poco antes de los planes para madrugar el domingo y poner rumbo a la cárcel para celebrar la Eucaristía entre rejas.
Una vez escuché que la cárcel es terreno sagrado y desde entonces le doy muchas vueltas a esa idea: ¿la cárcel terreno sagrado?, ¿con la cantidad de odio y pecado que hay allí dentro? Un día, rezando esto, me vino a la cabeza una frase de Pablo a los Romanos: allí donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia. Creo que justo esa frase da respuesta a todos nuestros juicios y reticencias para con quienes están privados de libertad por haber tomado decisiones equivocadas en la vida -como tú y yo tantas veces, aunque, probablemente, a menor escala-. ¡La cárcel, entonces, es un sitio de gracia -como tu vida y la mía tantas veces que caemos-!
Pensarás: sí, maravilloso lo que me cuentas, pero ¿a mí qué? ¡Yo no puedo entrar en una cárcel! Entonces, te traigo una buena noticia: probablemente en tu diócesis estén encantados de que les eches una mano en la apasionante tarea de la pastoral penitenciaria, acompañar a los presos en todo lo que tiene que ver con llevarles la esperanza del Evangelio, de acompañar las celebraciones de los sacramentos…
A lo mejor este plan no te parezca el más idóneo para llevar a cabo, o pienses que el Señor a ti no te pide eso, estoy segura de que hay algo que sí te pide: gritarles a todos que Cristo libera, que no quita nada, que lo da todo -parafraseando a Juan Pablo II-. ¡Hay tantas prisiones en este mundo aparte de las físicas! Juan Pablo II decía también que no hay peor prisión que un corazón cerrado, ¡y cuánta razón tenía! Es bastante probable que a tu lado haya muchas prisiones, muchos corazones cerrados al amor infinito de un Dios que ha dado su vida para que él tenga una vida plena, muchos corazones cerrados al hermano, al pobre, al vecino, a la reconciliación con los otros…, muchos corazones fríos que no se quieren ni se soportan a sí mismos… Ojalá con tu vida puedas llevar a todos ellos una palabra sanadora y de liberación, ojalá puedas romper sus muros y sus cadenas con tu ejemplo y tu acogida, ojalá puedas repetir a muchos, como Jesús al paralítico preso de su camilla: ¡levántate y anda! (Jn 5: 8) ¡No te canses de sembrar misericordia a tu alrededor!