Repasando rápidamente las catequesis anteriores, ya hemos descubierto lo que significa e implica decir Padre nuestro que estás en el Cielo. Desde hoy intentaremos explicar cada una de las siguientes siete peticiones que presentamos a Dios en esta oración.
El que sean siete las peticiones no es casualidad, sino que siete es el número de la plenitud evangélica. Por ello, en esta oración pedimos a Dios todo lo que se puede pedir como iremos descubriendo.
Decía Santo Tomás de Aquino que el nombre de Dios es lo más admirable, amable y venerable ante lo que uno se postra. Si recordamos, en el Antiguo Testamento estaba incluso prohibido pronunciarlo (YAHVEH), y ahora, el segundo de nuestros mandamientos también castiga el tomarlo en vano.
En lo que a la petición respecta, con ella no solo estamos postrándonos ante la grandeza de Su nombre -que no es otra cosa que postrarse ante el mismo Dios todopoderoso del que hablábamos la semana pasada-, sino que damos un pequeño paso más y pedimos que a su vez Su nombre sea santificado, alabado, ensalzado… por todos.
Y esto, queridos amigos, no se hace solo. Así que nuestra misión, al hacer esta petición, no es meramente «desear» algo, sino hacer que Su nombre sea alabado y que todo hombre lo admire, ame y lo venere. En el fondo y yendo al grano: debemos ser cada uno de nosotros los evangelizadores que lleven a nuestro Dios a todos los que nos rodean.
Así que, para acabar, te propongo que durante esta semana respondas a estas preguntas y veas, con actos concretos, cómo puedes mejorar en cada una de ellas: ¿pongo la misma pasión en dar a conocer a Dios que pongo en tantas otras cosas? ¿Cuánto dedico a mi formación para que así me sea más fácil darlo a conocer? ¿Rezo por las personas que Dios pone en mi camino? ¿Me alegro cuando un alejado se acerca a Dios?