Hoy nos levantamos muy alarmados con una noticia internacional: el 52% de los votantes británicos, con una participación algo superior al 70%, han decidido bajarse del barco en el que los estados europeos navegan hacia un mar común, una hipotética nación: los Estados Unidos de Europa.
Dejando a un lado la opinión política que este suceso merezca a cada uno, resulta muy interesante analizarlo desde dos perspectivas.
Por un lado, se presenta como una muestra del individualismo con el que se caracteriza la sociedad actual. Es en cierto modo este egoísmo el que hace que una nación como Reino Unido, se resigne a aceptar decisiones que diluyen su soberanía, sobre todo en cuestiones polémicas como puede ser la acogida de refugiados.
No podemos asombrarnos de que la mitad de un país se muestre individualista, puesto que gran parte de nuestra sociedad y cultura actual gira en torno al “Yo, mi, me, conmigo”. Es este egoísmo el que frena a las personas a tomar decisiones tan definitivas como pueden ser casarse o tener un hijo, que a nivel nacional se traducen en “casarse” con el resto de Estados en una Unión cada vez más fuerte.
Por otro lado, sin embargo, hay que plantearse hacia dónde se dirige este proyecto común. No es Reino Unido el único país que se plantea hasta qué punto le merece la pena pertenecer a la Unión Europea, sino el primero que lo ha planteado a sus ciudadanos y seguramente no sea el último, habiendo sentado precedente. “La unión hace la fuerza”, en eso todos estamos de acuerdo, pero sin embargo hay que valorar los términos de la unión y a los cristianos deberían preocuparnos ciertas cuestiones que los dirigentes europeos toman por bandera: aborto, eutanasia, ideología de género, etc., que hacen que países abiertamente católicos y con políticas provida como Polonia, estén en el punto de mira.
La unión nos hace fuertes, sí, pero con Cristo en la ecuación, teniendo en cuenta que las raíces de la civilización europea se cimientan en el humanismo cristiano, del que la sociedad y las élites políticas se despegan a pasos agigantados. La economía es muy importante, pero quizá los cristianos deberíamos plantearnos si le damos demasiado valor y la anteponemos a nuestras creencias y principios. Es entonces cuando debemos de preguntarnos si es más relevante el “Brexit” o deberíamos habernos fijado en el “Eurexit” de Europa, la salida de sus principios más básicos y fundamentales.