El viernes pasado empezaron los Juegos Olímpicos de Río. Desde entonces, se han ido reuniendo allí los mejores deportistas del planeta para demostrar sus diversas habilidades, dar a conocer y potenciar sus dones. Estoy seguro de que en algún momento has visto o tienes pensado disfrutar de alguna carrera de natación o de un partido de la ÑBA. Y te pregunto… ¿Quién no querría ser como ellos? ¿A quién no le gustaría batir récords? Pues, ¿Sabes qué te digo? Que si eres de los que te pasas horas viéndolos, estás perdiendo el tiempo… ¡Te estás perdiendo tus propios Juegos Olímpicos!
Aunque pienses que no eres ningún profesional de élite, ¡Tienes por delante todo tipo de pruebas! Ejercitar la fuerza de voluntad al levantarte, batir a la soberbia cuando te reprochan, darle un buen revés a temas un tanto espinosos que puedan surgir conversando o encestar una decisión complicada. Las actividades en familia y los ratos en la piscina junto a tus amigos te esperan en la línea de salida. También los planes improvisados y las escapadas de última hora, ¡Están al acecho! En todas ellas, el reto está en ser como Jesús. Él no perdió ni un segundo de su vida en estar disponible para todos, sin ningún tipo de distinción. Él, a pesar de todas las dificultades, jamás se rindió. Porque se dio por completo. No tuvo miedo, nunca perdió la esperanza, porque lejos de conformarse, luchó por nuestra felicidad. ¿Te atreves a ser un inconformista, como Él lo fue?
No te han convocado nunca para un campeonato mundial. No eres universalmente conocido. No llevas ninguna medalla de oro colgada. Si piensas que no eres un profesional de élite estás equivocado. Eres una extraordinaria obra de algunos defectos, pero de muchas virtudes. Eres un proyecto de futuro. Tienes ilusiones, metas que alcanzar, sueños que cumplir. ¡Eres cristiano! En otras palabras, tienes valor, no pierdes la esperanza porque sabes que Él quiere acompañarte en todas las circunstancias de tu vida ¿No te das cuenta? Tienes por delante tus propios Juegos Olímpicos. Así que ya sabes, ¡Coge tus zapatillas y no entierres tus talentos! Porque, con Cristo, optamos sin duda a la medalla de oro.