Hoy, 6 de octubre, celebramos la canonización de un Santo del siglo pasado que ya apuntó el problema y la solución hará unos 75 años. «Estas crisis mundiales son crisis de santos», decía san Josemaría en el punto 301 de Camino.
Por simple que parezca… es así. ¿Conocéis a algún santo en cuya biografía aparezca que llegó lejos robando? ¿Conocéis a alguna santa a la que se recuerde por ser la más vil sofista de su ciudad? ¿Tal vez a alguno por cómo engañó a su mujer con la vecina?
Yo, y tras mucho pensar… no conozco a ninguno así. Los santos son personas de carne y hueso con mil defectos, como tú y como yo, que se pasaron su vida luchando por ser mejores. Y como su esfuerzo fue tal, la Iglesia nos los propone como ejemplos a imitar para que, como ellos, alcancemos la felicidad aquí y luego el Cielo.
Para cambiar el mundo, para salir de esta crisis que más que económica es de valores, lo que hace falta es que tú y yo nos tomemos en serio nuestra santidad personal. Bankia no va a ser mejor porque ella se haga mejor a sí misma, sino porque sus directivos dejen de enriquecerse a su costa. Los pobres niños del Biafra no tendrán comida cuando el mundo produzca más lechugas, sino cuando las personas que en él vivimos hagamos un reparto justo de las riquezas.
Y tú y yo, que ni somos banqueros ni trabajamos para el gobierno (al menos por ahora), nuestro papel está en mejorar y hacer mejorar a los que nos rodean. Nuestra santidad no puede basarse en cosas extraordinarias, que rara vez ocurren. Nuestra santidad es en y desde lo cotidiano: cuando nos vencemos y saltamos de la cama al oír la alarma, cuando aprovechamos al máximo las horas de estudio, al estar pendientes de hacer felices a cuantos nos rodean, cuando damos lo más valioso que poseemos (nuestro tiempo) a los demás, cuando somos gente de fiar porque siempre vamos con la verdad por delante, al disculpar y sonreír al que nos falla, al superar la envidia para alegrarnos de corazón con el que se alegra y sufrir con el que sufre, al no desear para nuestro bienestar aquello que es superfluo y que embota nuestro corazón… etc.
Cuando a Chesterton le preguntaron cuál era el problema de este mundo, no dudó ni un instante en responder: yo mismo y mis pecados. Hoy te invito a pensar en ello. ¿Tú y yo, con nuestra vida, somos problemas o soluciones? Respóndete y ante todo no olvides que de que tú y yo nos portemos como Dios quiere, ¡dependen muchas cosas grandes…!