Haz una prueba la próxima vez que viajes en coche: mira por tu ventana y fíjate en el quitamiedos. Ves cómo pasa a gran velocidad, no te da tiempo a fijarte bien, se ve difuminado y no aprecias en él ningún detalle. Sin embargo, mira por la luna trasera o delantera, verás cómo se aleja o se acerca, respectivamente, pero de tal forma que puedes fijarte en ciertos aspectos que antes no podías ver, porque pasaba delante de ti a gran velocidad.
Pues algo muy parecido pasa en nuestra vida. Si sólo nos fijamos en el día a día, en el momento concreto que vivimos, nos introducimos en una rutina sosa y aburrida, de la que cuesta mucho salir, así como sacar de ella cosas positivas. Sin embargo hay una forma de hacerlo y tener en cuenta, tanto nuestro pasado, como nuestro futuro: Dios, la Iglesia, la oración.
Estos tres factores dan a nuestras vidas una perspectiva atemporal. Lo que ya hemos vivido, no se queda en eso, algo pasado, sino que como nos dice el Evangelio que hacía María, podemos guardar y meditar todo en nuestro corazón.
De esta manera, de las experiencias vividas sacamos mucho más fruto, nos damos cuenta de los aspectos que debemos mejorar y de aquello que debemos mantener. Del mismo modo, lo que está por venir, se espera de otra manera. Con esperanza, con ilusión, con ganas de mejorar nosotros y así poder colaborar en mejorar nuestra sociedad, que gran falta hace. Rezando y meditando las opciones que se nos presentan, las decisiones que tenemos que tomar, poniendo en manos de Dios nuestros planes y rogándole por nuestras intenciones.
Así, viviremos intensamente nuestro día a día, pero teniendo en cuenta nuestro pasado y nuestro futuro. ¡Atrévete a darle a tu vida esta perspectiva!