En este camino que hemos empezado a recorrer, sentimos la necesidad de seguir avanzando; “Alguien” nos llama y nos pide un poco más de entrega.
Cuando estaba escribiendo este post, me llego el whatsapp de un amigo. Pensé por un momento que más tarde le contestaría, que seguramente no tendría tanta prisa o urgencia. Pero, me di cuenta de que no podía dejar pasar el tiempo, de que podía llegar demasiado tarde mi respuesta si lo dejaba estar. Él necesitaba una palabra de aliento, saber que alguien lo acompañaba en este momento.
Tenemos que darnos cuenta de que a veces estamos como “dormidos”, y es necesario despertar cuanto antes ya que en este caso, no son solo los enfermos, presos, desnudos o peregrinos quienes necesitan del consuelo, sino que lo necesitan todos. Es una urgencia de nuestro tiempos: todos necesitan ser consolados…
Pero… ¿por qué nosotros debemos consolar a los demás? y, en todo caso… ¿cómo lo hago?
“O Maestro, que no busque tanto ser consolado como consolar”. Esta oración se encontró a comienzos del siglo XX, y luego fue atribuida a San Francisco de Asís. Sin duda, el autor comprendió cual era el camino para imitar a Jesús. Nosotros debemos hacer lo mismo, no podemos dejar pasar el momento, tenemos que ir, como el Buen Samaritano, a socorrer al afligido. Estar atentos a los sufrimientos de los demás, para llegar justo con la palabra que consuela y levanta. Tenemos que sentirnos más alegres dando, que recibiendo.
“Es importante saber que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios” (Evangelii Gaudium 112). Por eso nosotros, no tengamos miedo, que es Dios mismo quien nos habla por su Palabra, y con palabras cargadas de consuelo, ánimo, esperanza, fortaleza que leemos en la Biblia o escuchamos en la Misa. Tenemos que darnos cuenta que lo que recibimos gratuitamente… ¡demos también gratuitamente a los demás!