Llevo unos días leyendo Amoris Laetitia y hoy me gustaría comentar una de sus principales consecuencias prácticas. He caido en la cuenta, al leer un comentario de Mons. Angel Rodríguez Luño a esta nueva Exhortación del Papa, de que la conversación con el sacerdote, en el fuero interno, contribuye a la formación de un juicio correcto.
Es decir, como decíamos en esta misma web, las exigencias del Evangelio se concretizan en cada uno en la dirección espiritual. Por consiguiente, como nadie es buen juez en causa propia, es necesario, para poder discernir, una buena dirección espiritual y esto supone otras dos pequeñas consecuencias para la Iglesia y para cada uno de nosotros. Para la Iglesia formar bien a los sacerdotes para ser buenos directores espirituales y, para nosotros, el buscar el mejor director espiritual posible y tener una gran sinceridad y constancia con él.
Así, el director espiritual te ayudará mejor en la medida que mejor te conozca. Se supone que cualquier sacerdote está dispuesto a ayudarnos pero no hay que dar por supuesto que cualquiera sea el más indicado para nosotros. Por tanto, elige bien y no te cases con cualquiera, porque así costará menos que la relación funcione al 100%. Y, ya que cada cierto tiempo abres tu alma a esa persona, lo mejor es que te la «exprima» como un limón para sacarle todo su jugo. ¡Una parte de tu santidad está en sus manos!
Es bueno, por parte de ambos (director y dirigido), de cierta simpatía para que la apertura resulte más natural y la confianza nazca espontáneamente. Y también, sobre todo desde la parte del director, se requiere de cierta empatía -esto es, saber ponerse en el lugar del otro para atenderlo y exigirle desde su situación y necesidades concretas-. El director espiritual no debe ser como el médico que receta «pomada» a todo el mundo y para todos los dolores.
Una última característica para el director espiritual es que sea lo más imparcial posible porque si bien es director, también es persona y a veces tendrá sus propios intereses, puntos de vista o forma de hacer las cosas que pueden no amoldarse al dirigido. Lo mejor: que tu director acabe por ser tu amigo, porque el amor de amistad es tan grande que hace que uno se olvide de sí y de sus intereses personales para darse en ayuda total a las necesidades del otro.