Desde el pasado 8 de diciembre nos encontramos en el Año jubilar de la Misericordia. Han pasado casi dos meses y quizá hoy es un buen momento para preguntarnos: ¿Qué estoy haciendo en este campo para cambiar el mundo? A nosotros no nos cabe duda de que las obras de misericordia son un arma potentísima para mejorar cuanto nos rodea.
Y es que todas las obras de misericordia parten del amor, del amor desinteresado hacia nuestro prójimo. «Lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo de igual manera con ellos. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores aman a quienes les aman (…). Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 31-36).
Este amor, además, supera a la justicia y se manifiesta en la misericordia, como fue la misericordia del padre del hijo pródigo cuando volvió a casa tras malgastar toda su fortuna. Y así, también a cada uno de nosotros nos espera Dios para abrazarnos y perdonarnos, porque es entonces, cuando experimentamos su Amor y perdón, cuando estamos en disposición de dar a todos lo mejor de nosotros mismos.
Si no sabes ni por donde empezar, fijémonos en el Señor para aprender qué y cómo lo hacía Él. Así, lo descubrimos cuando curaba a los enfermos y sanaba a los endemoniados, cuando alimentaba a las muchedumbres hambrientas, cuando repartía a manos llenas el pan de la doctrina, cuando salía al encuentro de los pecadores arrepentidos y los perdonaba, cuando reprendía a sus apóstoles con una mirada o unas palabras… En cualquiera de sus obras y de sus palabras, el Señor nos expresa con claridad su ejemplo.
Las obras de misericordia nos ofrecen un cauce adecuado para manifestar las buenas intenciones con hechos concretos. El Catecismo nos enseña que «son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales». Además, tampoco olvidemos las palabras del Señor: «cuando lo hicisteis a uno de estos, a mí me lo hicisteis». (Mt 25, 40).
A partir de hoy, cada semana abordaremos una de las catorce obras de misericordia para que juntos la vivamos. Y no olvides que esto solo trata de aprender a amar porque como decía S. Agustín: donde hay amor, todo es felicidad.