La Iglesia tiene un gran respeto ante la capacidad que tiene una persona para mantener una promesa y para comprometerse en fidelidad para toda la vida. Ella le toma la palabra. Cualquier matrimonio puede correr peligro a causa de alguna crisis. El diálogo, la oración (en común), a veces también la ayuda especializada, pueden ayudar a salir de la crisis. Y en especial, el recuerdo de que en todo matrimonio sacramental hay un tercero en la unión, Cristo, puede encender de nuevo la esperanza. Pero a quien su matrimonio se ha vuelto insoportable, o a quien está expuesto a violencia psíquica o física, le está permitido separarse. Esto se denomina una «separación de mesa y cama», que debe ser comunicada a la Iglesia. Aunque en estos casos se ha roto la convivencia, el matrimonio sigue siendo válido.
Ciertamente también hay casos en los que la crisis de un matrimonio se debe atribuir en último término a que uno de los cónyuges o ambos no eran capaces de contraer matrimonio en el momento del enlace o no aportaban una voluntad plena de contraerlo. Entonces el matrimonio
es inválido en el sentido jurídico. En estos casos se puede instruir un proceso de nulidad ante los tribunales eclesiásticos.