Jesús dice: <<Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia>> (Jn 10,10)
La vida humana, don precioso de Dios, es sagrado: desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y permanece en relación con el creador, su único fin. Asimismo es inviolable: sólo Dios es señor de la vida desde su comienzo hasta su termino.
La vida es un regalo de Dios. (Gen 1, 26-27) Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que domine los peces del mar y las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó.
Las situaciones de hambre, venganza, odio, guerra, injusticia, que encontramos en nuestro mundo tienen respuestas: compartir, perdonar, amar, paz y solidaridad.
Caín somos todos, cada uno de nosotros cuando dejamos que en el corazón nazca la envidia, cuando somos egoístas e insolidarios, cuando no compartimos y somos violentos.
Matar es destruir, quitar, suprimir, acabar con algo o alguien. Las causas que provocan esa muerte: el amor al poder y al dinero; el egoísmo y deseo de poder. Cuando respetamos la vida, amamos sobre todas las cosas al Dios de la Vida. La vida de los demás (la del niño que no ha nacido, la del minusválido, la del anciano, la de los jóvenes) es sagrada.
El valor de la vida humana consiste en que eres imagen y semejanza de Dios. Al ser creado, recibiste una chispa divina, que nadie puede darnos sino Dios, por tanto, nadie puede quitarnos la vida, sino sólo Dios, que es el dueño de nuestra vida. El que levanta la mano contra la vida ataca la propiedad de Dios. Tu vida humana y terrena es tan valiosa a los ojos de Dios que no deja de amarla y de cuidarla pero no siempre descubrimos su amor y sus cuidados. Pero qué sentido tiene la vida sino es para algo mas de lo que vemos, la vida tiene sentido desde la eternidad. San Jerónimo dijo en cierta ocasión que esta vida es un estadio para los mortales: aquí competimos para ser coronados en otro lugar.
En definitiva, la vida es un don para: recibir, no nos damos la vida solos, fundamentalmente la recibimos. Tampoco la conquistamos, ni la merecemos, ni la compramos: la recibimos. La vida es un don para cuidar, un don valioso, frágil para cuidar, y que pasa por etapas en las que se ve amenazada. También, un don para entrenar al mismo tiempo. “No hay amor mas grande que dar la vida por los amigos”. La vida es un don para compartir, se acrecienta y se disfruta dándola, compartiéndola y se debilita en el aislamiento. La vida es además, un don para compartir, que solo alcanza su pleno sentido cuando se desarrolla en comunión. La vida es un don para administrar, por lo que es indispensable la formación de los niños y jóvenes, varones y mujeres, para la vida familiar estable y el ejercicio de una paternidad y maternidad responsable y generosa.
La vida es, antes y después, un don para contemplar. Esto lo presentimos cuando va pasando el tiempo y la función del recuerdo se desarrolla de un modo muy vívido. Las personas mayores suelen verse contemplando su propia historia desde una perspectiva diferente. Esta actitud contemplativa nos induce también a la admiración hacia el milagro de la vida y a honrarla allí donde se manifiesta, con especial atención a las situaciones de amenaza o fragilidad.