Saberse amado por Dios es una necesidad del hombre. Ese AMOR con mayúsculas se manifiesta cada día en cada uno de nosotros y lo vemos de forma evidente a la luz de la fe.
Dios no agobia, solo comprende. El Perdón de Dios quita importancia a nuestros defectos y debilidades, diciéndonos: “sé que tú no eres así, sigue adelante, estoy aquí”. ¿Cuántas veces nos dice esto el Señor con amor infinito, incondicional, misericordioso? Ese conocimiento de saber que no estamos abandonados es el motivo de una verdadera alegría interior. Esta alegría nos lleva a considerar esa paternidad verdadera de Dios que debe ser correspondida con amor agradecido de hijo y a reconocer esa misma relación en cada una de las personas que componen mi vida. Estas personas, familiares, amigos, compañeros de clase o de trabajo, profesores, conductores de autobús, cajeros de supermercado, inmigrantes sonrientes que esperan en cada semáforo… todos ellos se convierten en el mismo Jesús que reclama su correspondencia de amor, pues por todos ellos corre la misma sangre.
Amar es saber fastidiarse gustosamente, aunque cueste y porque cuesta, y no hay sacrificio si no hay renuncia de uno mismo. Preocupación por ellos real, en tiempo real, es un hábito por adquirir.
El egoísmo nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos y nos incapacita para preocuparnos de los demás. Se acaba por no ver la belleza de la vida fuera de sí mismo, incapacita a darse a los demás, vivo pendiente de lo que me duele, lo que me molesta… en los demás no veo personas, sino “peldaños”. Debemos olvidarnos de nosotros mismos venciendo muchas veces nuestro estado de ánimo para fomentar la cordialidad, el buen humor. Las faltas de cortesía y delicadeza no son cuestión de carácter sino que revelan esa falta de correspondencia al amor de Dios.
Necesitamos dominarnos para evitar brusquedades, ironías, “es que no me tratan bien…”, “es que no me hacen caso…”; esto nos lleva a criticar y ridiculizar. Una vez oí decir que a veces más vale tomar la lengua entre los dientes, morderla y lanzarla lejos.
En una ocasión una persona que se fue a confesar con San Felipe Neri de sus faltas de caridad, al terminar, como penitencia, le mando comprar una gallina y arrancarle las plumas esparciéndolas por donde pasara. Una vez cumplida la penitencia, fue a comunicarle al santo que ya había cumplido, respondiéndole este que no había terminado de cumplirla, pues tenía que ir a recoger todas y cada una de las plumas que había esparcido por la ciudad. “sabe que es imposible, habrán volado…”, a lo que el santo respondió: “si, jamás podrás recoger las palabras infamantes a las personas que van de boca en boca haciendo daño…”.
No hagas a los demás lo que no te gusta que hagan contigo, pero por amor a Dios. La caridad nos lleva a perdonar de verdad diciendo a cada uno: “sé que no eres así…”, nos lleva a no vivir indiferentes y da alas a la voluntad.