Más de dos décadas en este mundo, bajo la sombra de Caín, y he amado el cine casi desde el primer día. La Sirenita y La Bella y la Bestia, con el tiempo, dejaron paso a El Señor de los Anillos, o Harry Potter. En una última etapa aparecieron títulos como Pulp Fiction o Fight Club. Y hace no tanto, me aficioné a las películas de mafiosos. La primera, que no es exactamente de gánsters, fue la magistral Una historia del Bronx, con Robert De Niro en el papel del padre obrero, “el auténtico tipo duro”, uno de mis personajes favoritos de todos los tiempos. Luego vinieron Scarface, El padrino, y demás.
No recuerdo de qué película viene la historia que quiero contar hoy, pero seguramente de una de mafiosos. Imaginemos la típica reunión de los capos. Todos encorbatados, todos peinados con gomina, hablando sobre sus negocios de venta de armas. En una de éstas, uno de ellos se enciende un puro. Hasta ahí, normal. Pero no lo hace con un mechero. No.
Lo hace con un billete de cien dólares.
Parece evidente que el acto representa una inmoralidad, con la pobreza y la necesidad que hay en el mundo. Pero, de cualquier forma, vamos a intentar ponernos en la piel de ese mafioso. Das una calada al habano –que debe costar lo que el billete o más-, y miras al resto de jefes de las familias. ¿Cómo te sientes? Lo diré yo. Como el amo.
Bien. Ahora imaginemos que, en vez de quemarlo, alguien nos roba el billete. Ya no somos los amos. Ahora nos sentimos como idiotas. Nos quedamos sin billete, exactamente igual, pero la forma influye mucho en cómo nos sentimos. No es lo mismo malgastar algo, a que nos lo roben. Lo primero puede ser inmoral, pero no nos duele tanto como ser robados.
Con el tiempo pasa exactamente lo mismo. No es lo mismo malgastarlo a que nos lo roben. Si una mañana me levanto, y decido que voy a estar tres horas jugando a la Play, puede que esté malgastando el tiempo. Pero al menos tengo el control. Lo hago porque quiero. Estoy quemando mi billete.
En cambio, si decido madrugar para aprovechar la mañana, y se me pegan las sábanas,y me levanto dos horas más tarde, me están robando mi billete. Si abro el ordenador para hacer una gestión, y acabo enganchado al twitter, me están robando mi billete. Si decido ir a misa un martes, y al final no voy porque la tele me atrapa, me están robando mi billete.
Puede que no tengamos muchos billetes, pero sí tenemos tiempo. Es lo más valioso que tenemos; para un hijo de Dios, el tiempo es gloria. Ahora que llega el verano, si nos distraemos, podemos dejar que la pereza nos lo robe a traición. Y cuando lo hace, no solo nos roba la cartera, sino también la libertad. Porque no lo hemos elegido.
Así que, basta. Vigilemos nuestra cartera. Una vez la tengamos a prueba de robos, podremos decidir si también dejamos de malgastarlo. Y si decidimos que sí, podremos usar lo más valioso que tenemos en las cosas que realmente queramos, en cosas que valgan la pena. Y así, glorificar a Dios con nuestras vidas.