Sé que a estas alturas de la película y en la sociedad en la que vivimos, no parece muy oportuno hablar de pureza, de esta virtud que nos enseña a amar, esta gran desconocida. Adquirir la virtud de la pureza es posible y es necesario reivindicarla. Benedicto XVI decía que éramos los mártires de la pureza en este siglo XXI.
Resulta incómodo y conflictivo, parece que molestas cuando hablas de ella. ¿Pureza?¿vivir con pudor, dominio y sensatez el propio cuerpo y respetar el ajeno? ¡Venga ya!, te dicen, ¿en qué siglo vives y de qué siglo eres? ¿Pureza para qué? Eso son tonterías y complejos de monjas.
Como si se diera por hecho que el estado más óptimo de la intimidad sexual del hombre fuera la promiscuidad guiada por el “me apetece”, como si el “te quiero” pasará a un segundo plano dando paso al cuerpo a solas o en compañía, pero sin alma.
Así continúan. Lo normal es la exhibición no el recato o la delicadeza. La fidelidad o la continencia son una cárcel, una asfixia; solemos pensar: “soy joven, tengo mucho que vivir y que disfrutar aún en la vida y eso es un rollo de la época de mis abuelos”. ¿Para qué voy a bajarme la falda, subirme el escote o dejar de ver pornografía? ¿A quién hago daño? A ti mismo, a tu alma, ¿te parece poco?
Vale, contestan, y ¿qué consigo con eso? Descubrir las mil y un maneras de amar.
Porque lo quieres lo miras con cariño, le sonríes, lo escuchas, lo aconsejas y lo haces ser mejor persona, así ya se lo estás demostrando y no solo es con el cuerpo, pues si fuera así ignorarías las otras mil maneras.
Cuando los años pasen, ya no medirás ni pesarás igual, tu melena no será tan bonita ni tu figura tan atractiva, habrán modelos que serán más bellos físicamente que tu, pero a ti te querrán por entero.
La persona es cuerpo y alma y si solo te entregas al cuerpo el querer se quedará corto y se esfumará con los años, no estarás amando por completo.
Por otro lado, el sexo es uno de los bienes más preciados que posee el hombre, con el que nos damos la vida. Si lo rebozamos de cieno pierde su gracia, su encanto, su misterio, su destino de santidad. Y el alma sufre, aunque lo disimule entre carcajadas o palabras huecas.
Pues sí, pureza. Que el verdadero amor domine nuestras pasiones. Que no nos comportemos como animales y encima presumamos de ello como quien se lleva un trofeo, uno dos tres o diez en un fin de semana, rebajando a la otra persona al grado de objeto. Que haya lucha y seamos capaces de rectificar el rumbo cuando nos descarrilemos. ¡Tú puedes, yo puedo, todos podemos!