María, la joven de Nazaret fue una muchacha de su tiempo. Llevó, sin duda, la vida normal de una joven israelita, en el seno de una familia creyente, según los usos y costumbres de su época. Creció en las ilusiones lógicas de su edad y compartió la esperanza de su pueblo en las promesas de Dios.
María era todavía una joven cuando Dios le propone la noble misión de ser la Madre del Salvador. Dios, de esta manera irrumpe en la vida de María cuando ella es joven, cuando apenas empieza a abrirse al mundo, cuando su corazón está lleno de ilusiones, de proyectos y de ideales grandes.
Se entrega generosamente al plan de Dios. Le dice Sí. Firma en blanco para que la lleve sorprendentemente por caminos insospechados y nuevos, y ese mismo sí también podemos decírselo nosotros a Jesús, podemos ser jóvenes comprometidos, jóvenes como María.
Con su respuesta, pone de manifiesto una gran capacidad de fe, de confianza, de entrega y disponibilidad. Pero también muestra su espíritu joven por aceptar el compromiso arriesgado, por su apertura a lo nuevo y por su corazón grande.
Por ello, María comprende a los jóvenes. Ella fue una mujer que vivió plenamente la etapa de su juventud, compartió las ilusiones de los jóvenes de su tiempo y acompañó atentamente la adolescencia y juventud de su Hijo, Jesucristo.
En María aparecen bien definidos los rasgos propios de la juventud de todo tiempo: generosidad, entrega, compromiso arriesgado, ilusión, disponibilidad, apertura a lo nuevo… Todo un ejemplo de cómo ser joven cristiano en el mundo actual.