Hoy pensaba escribir sobre la castidad. Buscando su significado en un diccionario etimológico me que quedado parado y he cambiado de idea. Cito textualmente la nota a pie de página: Sólo la religión cristiana introduce en el mundo antiguo la noción de pecado religioso, fuente de condenación, basándose en buena parte en el judaísmo, para toda práctica sexual que se produzca fuera de un matrimonio. En la antigüedad el sexo estaba regulado en todo caso por las costumbres y por los pactos jurídicos entre las personas, estando determinadas prácticas mejor o peor vistas. Pero en ningún caso las prácticas sexuales son consideradas pecado religioso ni definen la religiosidad o no de las gentes.
No hace mucho recibí la crítica de que pensaba de manera retrógrada. Pensándolo bien, es un cumplido y por ello, motivo de alegría y de dar gracias a Dios. ¿El mundo antiguo? Yo sólo conozco un mundo, y es este que piso ahora mismo, donde los árboles y las flores crecen hacia arriba y las piedras y la lluvia caen hacia abajo. Existe una verdad universal ajena al hombre patente en, por ejemplo, las leyes que gobiernan el universo hoy, ayer, y mañana. Leyes independientes del tiempo, la época o el lugar. El universo tiene un orden y el hombre, en cuanto a ser perteneciente a él, también. ¿Por qué no iba a tenerlo? Pero no solo está sometido a las leyes de la naturaleza. En cuanto a ser espiritual posee inscritos en su naturaleza unos principios que llamaremos ley natural y son análogos a las leyes físicas. Y no hay nada que lleve a pensar lo contrario. Son el manual de instrucciones para nuestro buen funcionamiento.
La diferencia entre nosotros y el universo es que, por ser creaturas libres, podemos decidir no seguir esta ley natural. El primero de estos principios es hacer el bien y evitar el mal. Todos lo hemos experimentado en nuestro interior. Y si tenemos inscrito el principio de buscar el bien y evitar el mal la consecuencia directa y razonable es que el bien y el mal son exteriores a nosotros y forman parte de esta verdad objetiva, por mucho que haya quienes se empeñen en darle un carácter subjetivo o relativo que, irónicamente, no intentan imponer a las leyes físicas. El relativismo no se deduce de una inspección directa de la realidad ni de la condición del hombre de ser libre. Una prueba sencilla para ver si una ideología puede ser tomada en serio es que esta ha de ser capaz de dar respuestas que expliquen la realidad en todos sus ámbitos razonable y coherentemente con lo que conocemos y percibimos, manteniendo una unidad estructural interna. Ha de ser flexible y rígida a la vez. Exigente y comprensiva. Y no convertir la realidad en flexible y rígida para poder encerrarla en sus esquemas y adaptarla en función de sus conveniencias. Porque la realidad es muy tozuda y es lo que es.
Pero entonces, y volviendo a lo que traíamos entre manos, si sabemos que existe un bien objetivo, ¿Por qué a veces cuesta tanto hacer el bien? ¿Porque somos libres? ¿Y por qué no siempre elegimos el bien? La única respuesta a la que encuentro sentido y hace encajar esta pieza del puzle con las demás es que por algún motivo nuestra naturaleza esté truncada. Y la Iglesia Católica lleva dos mil años recordando a la humanidad que a causa del pecado Original el hombre nace con una tendencia hacia el mal y el pecado. Explica perfectamente por qué nos cuesta hacer el bien aunque tendamos hacia él. No es que el hombre sea malo por naturaleza, como sostienen algunos intelectuales, sino que hereda una naturaleza dañada e inclinada hacia el mal.
La última idea que saco de la nota, para ir acabando y no extenderme demasiado, hace referencia a la frase «[…] Pero en ningún caso las prácticas sexuales son consideradas pecado […]». La Iglesia no dictamina y se inventa qué es o deja de ser pecado, si no que justamente por ser pecado nos advierte de ello, como una madre a su hijo, para evitar que caigamos en él. Debemos estar agradecidos de que vele por nuestra salud espiritual. Y en el caso de que no entendiéramos el porqué hemos de ser humildes y fiarnos de ella, ya que con la cantidad de años que lleva en la Tierra, el gran número de cabezas brillantes con las que gracias a Dios ha contado, y el Espíritu Santo que la asiste en todo momento es garantía de acierto mucho mayor que la de cada uno de nosotros. Esto no quita que debamos después pedir luces a Dios y esforzarnos con todas nuestras fuerzas por informarnos y entender porque la Iglesia ha dicho aquello que no hemos entendido.