“Nuevos pobres”. Así denominan en las organizaciones públicas de beneficencia para dar de comer gratis a personas con escasos recursos. También, y a más de uno os sonará, los llamados comedores sociales.
Volviendo a las primeras dos palabras entre comillas que llevo leyendo desde hace mucho tiempo y con las cuales he empezado este artículo, se hacen patente en cada centro cuando te encuentras con personas “aparentemente normales que ahora no pueden hacer frente a los gastos básicos”.
No vamos a restar importancia a los comedores sociales hace diez años. Unos más que otros sabrán que siempre han estado llenos, y que con la crisis se ha creado este nuevo perfil de personas que antes tenían un trabajo estable y unas buenas condiciones de vida. Estas personas, cada día con menos recursos, necesitan acudir a comedores y centros de integración para poder vivir decentemente.
“Ave María” ¿Os suena verdad? No os estoy hablando de la oración dedicada a la virgen María. Os hablo de uno de los comedores más antiguos de la capital, de Madrid. Este comedor ha cumplido cuatro siglos al servicio de los más necesitados.
La labor de los jóvenes en esta Real Congregación es muy importante, un gran número de ellos, como voluntarios, acuden a servir día sí y día también. Esto hace ver que la juventud está muy sensibilizada, mucho más de lo que se creen. Algunos de estos relatan que sirven cargados de cariño y respeto, para que en ningún momento se sientan inferiores. Y es que esta es una máxima de los centros, acoger a aquellos que lo necesiten y darles lo que se pueda, pero siempre dentro del respeto y la igualdad.
En estos comedores, a veces, hay problemas fruto de las grandes dificultades y tristezas que afrontan los que allí se sientan a comer.
Bien podemos recordar aquí la conocida frase de San Pablo en el himno de la caridad “Si me falta el amor nada soy”. Si nos falta el amor, nos sobra burocracia. Podríamos tener una perfecta organización, abundancia de medios económicos y expertos en problemas sociales, pero si no tenemos caridad, nuestras instituciones serían frías, sin alma, y a nuestra acción caritativa y social le faltaría cierto impulso, cierto entusiasmo, cierta entrega, constancia, paciencia, ternura y generosidad, tan necesarias siempre en este campo de la atención a los que mas nos necesitan y que no piden ayuda quizás por vergüenza.
Es evidente que la ayuda efectiva al necesitado es absolutamente indispensable como fruto de la caridad cristiana. Pero caeríamos en un materialismo y pragmatismo inhumano si olvidáramos la actitud afectiva en una acción caritativa y social que pretenda llamarse realmente cristiana.
Jesús a los discípulos: “Venced vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioren, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
Me gustaría aclarar una cosa. A menudo se habla también de crisis de valores, los testimonios de las personas que se dedican a la caridad demuestran que la sociedad no ha perdido su sentido de solidaridad. Pero… ¿Qué es la palabra solidaridad? Mi sensación es que está tan desgastado este término y a veces se interpreta tan mal que es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad.
¿Y cómo podemos decir con verdad que somos hermanos de los hombres si nosotros acaparamos lo que nos es innecesario cuando a otros les falta hasta lo más necesario para vivir?