Parece un poco curioso el hecho de que se pueda aprender a querer, pues si querer a alguien es un sentimiento que nace en nosotros, ¿desde cuándo podemos educar los sentimientos?… y, ¿quién nos enseña a querer?
No se trata de educar los sentimientos, se trata de enriquecer nuestro corazón, de saber que nunca se quiere lo suficiente, de comprender que cada día podemos querer aun más y mejor.
La mayoría de los jóvenes tenemos la oportunidad perfecta de aprender a querer en todos los aspectos de nuestra vida, en el noviazgo, en la amistad, en la familia, en los estudios… Estamos rodeados de amor, pero últimamente parece que la palabra “amor” está directamente relacionada con la palabra “sufrimiento”. Seamos sensatos y pensemos que dos palabras tan dispares no pueden estar unidas y que, por tanto, si en nuestra vida una equivale a la otra quizás sea porque no estamos queriendo bien, que no quiere decir que sea poco, puede que queramos mucho, pero que debamos querer mejor.
Pongamos el ejemplo más común entre nosotros, hablemos del amor hacia la pareja. Todos queremos mucho a esa persona con la que esperamos compartir nuestra vida, no nos cuesta reconocer ese amor que ha crecido en nosotros, lo expresamos constantemente pero, ¿lo demostramos con la misma asiduidad? Porque demostrar no se basa en pedir, se basa en dar; no se basa en arrancar, sino en cultivar y regar todos los días.
Y, ¿cómo hacemos para que crezca esta paciencia, este dar sin esperar nada, esta seguridad? No hay necesidad de hacer nada, basta con tener a Jesús viviendo dentro nosotros, basta con escucharlo y habar con él. Ante cualquier duda, ante cualquier flaqueza, acudir a Dios para que nos dé su respuesta, una respuesta que siempre estará llena de amor, y de amor bueno, de amor total.
Tenemos una respuesta entonces muy sencilla, es Jesús el que nos enseña a querer mejor, porque la fe en creer que se puede mejorar, la fe en ayudar, la fe en crecer en los demás, esa fe, nos la da Él.
Debemos olvidarnos totalmente de esa imagen tan difundida en todos los jóvenes en la que el querer a alguien corresponde de manera mecánica a que esa persona nos vaya a hacer daño. Nunca alguien que nos quiera bien, que no mucho, sino bien, nos hará daño.
Hay que salir, hay que vivir, hay que crecer y hay que conocer. El amor, el cariño y el sentimiento hacia otra persona no surgen de un día para otro, pero poco a poco, en el día a día, si van aumentando, y aumentando de manera positiva, partiendo de ese punto en el que dar y recibir es algo continuo y satisfactorio.
Seamos jóvenes inteligentes, ¡seamos jóvenes que ven con los ojos, pero que miran con el corazón!