Por María Ávarez de las Asturias
Hace unos días tuve la oportunidad de compartir el «día de las familias» con una parroquia. Además de un día de convivencia y disfrute en el campo, tuvimos la ocasión de charlar con un joven (30 años) monje benedictino, que respondió a todas las preguntas que le planteamos.
Especialmente interesantes fueron las de los más pequeños (¿puedes salir del monasterio? ¿tienes novia? ¿te puedes ir de vacaciones? ¿te pueden hacer jefe/abad?), que nos ayudaron a todos a comprender mejor la vida de los monjes.
También hicieron preguntas más de fondo: ¿cómo supiste que querías ser monje y no cura como nuestro párroco? ¿no te hartas de estar aquí? ¿cómo saber lo que Dios quiere de ti? Lo que fray Miguel exponía estaba dando pistas para la vida de cualquier católico fuera del monasterio:
- «La vocación hay que discernirla consigo mismo y con alguien que te ayude. No es mejor una vocación que otra: lo importante es tener el corazón muy limpio, para escuchar y seguir la voluntad de Dios; y que te ayuden a escuchar.» Y es que el acompañamiento espiritual es una ayuda valiosísima en el camino, que no debemos desaprovechar.
- «Yo quería dedicarme muy especialmente a la oración. La vida en el monasterio es sencilla y fácil desde el punto de vista del horario: te ayuda a vivir retirado para tener la atención puesta en Dios.» Al seguir la vocación a la que uno es llamado, lo mejor es procurar que las circunstancias de la propia vida te ayuden a seguir esa vocación. Por eso el monje se aísla voluntariamente («El mundo no es que sea malo, pero no te ofrece tranquilidad sino el trajín de las cosas»), porque su forma de vida, horario y lugar favorece poder centrarse en la relación con Dios. Es un buen consejo para cualquiera de nosotros: procurar que las circunstancias de nuestra vida, en la medida que podamos elegirlas, nos ayuden a vivir nuestra vocación. Manteniendo ese corazón limpio para elegir lo que favorece vivirlo y evitar lo que nos puede distraer o alejar de lo importante.
- Puede haber tentaciones disfrazadas de algo bueno: «a mí me gusta estudiar latín y griego y llego hasta donde llego en el monasterio. Hay un punto en el que podría ir más allá, pero para desarrollarlo tendría que salir del monasterio. Ahí hay que pensar ¿he venido al monasterio a cultivar la afición del latín o a otra cosa? Y mantener el corazón limpio». ¡Qué buena reflexión! También en la vida matrimonial, p.ej., se pueden dar momentos en los que puedo poner por delante la profesión, los amigos o cualquier otra cosa que, en sí misma, es buena. Pero conviene discernir: ¿esto me ayuda a vivir mejor mi matrimonio, mi familia? ¿O me aleja de ellos?
- ¿Cuándo rezas? «Tenemos 7 momentos de oración en común toda la comunidad. El resto del día trabajamos o estudiamos. Pero no hay que entender la oración solamente como estar en la capilla; esto es necesario porque, si no lo haces, dejarás de rezar. Pero, además de buscar momentos especiales, todo lo que haces se convierte en oración si lo haces con amor y unificado». Qué valioso entender así cada día, cuando a los que vivimos nuestra vocación matrimonial y familiar muchas veces nos parece que no tenemos nada que poder ofrecer al Señor: al contrario, vivir en la presencia de Dios amando a las personas que te ha dado, es amarle a Él.
- «La vida también se puede volver repetitiva y uno se plantea ¿qué sentido tiene? En esos momentos, hay que volverse hacia el amor de Dios, seguir adelante y que la gracia te sorprenda. Y hacer las cosas con amor» – ¿Quién no ha tenido momentos de crisis y dudas en su vida? Es normal en todas las vocaciones, no hay que asustarse; en los momentos de oscuridad, seguir adelante en lo que se eligió en presencia de Dios, y pedir la gracia de volver al amor primero.
- ¿Y cuando hay un gran bajón y te desmoralizas? «La vida es un combate con tus debilidades; y necesitas compañía. Alguien que te escuche, te anime, te ayude a clarificar si te has hecho un problema grande de algo que realmente no lo es o necesitas otro tipo de ayuda; y confiar en la gracia. Yo tengo a los monjes con más experiencia, que me ayudan, y al abad que es un padre». De nuevo, la importancia del acompañamiento en la vida y la vocación de cada uno: para que nos alienten, sostengan y ayuden a caminar, que es más fácil en compañía que en soledad.
La frase que repitió varias veces: «Y mantener el corazón limpio».
Publicado en Aleteia