Jn 14, 27-31
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis escuchado que os he dicho: «Me voy y vuelvo a vosotros». Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe del mundo; contra mí no puede nada, pero el mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó.
—¡Levantaos, vámonos de aquí!
Jesús, me prometes que estarás conmigo para siempre. No me vas a dejar nunca. Me dan ganas de decir, como lo hacia san Josemaría: saber que me quieres tanto, Dios mío, ¿y no me he vuelto loco? Me quieres tanto, Jesús, que me prometes que me acompañarás siempre. No solo en esta vida, sino por toda la eternidad: para siempre, para siempre, para siempre…
Tú estarás conmigo para siempre… pero eso será si yo quiero. Porque no quieres forzarme, no quieres obligarme a tenerte cerca. Nunca pasas a llevar mi libertad, es lo único que limita tu poder, porque así es como me quieres. Y yo te agradezco ese cariño y esa confianza. No quieres siervos, sino amigos, cómo nos dices en otra parte del evangelio.
Pero yo muchas veces te dejo abandonado, no te tomo en cuenta. Voy más a mis cosas, a mis gustos, a mis preocupaciones… y no me doy cuenta de que estas a mi lado y que quieres que te vaya compartiendo esas cosas.
En este rato de oración quiero atreverme a decir que sí siempre, a elegirte siempre. Porque sé que esto es lo que me va a hacer feliz. Quiero elegir compartir mis cosas, mis deseos, mis gustos… para que tú los tomes y los eleves, para que cumplas mis deseos o me des lo que necesito para ser feliz. Esto lo puedo hacer cada día Contigo tratándote personalmente.
Puede pasar cualquier cosa, pero sé que si te invito a entrar en mi corazón y te digo que quiero estar contigo, tú me ayudarás en todo lo que necesite. ¡Gracias, Jesús!
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