Soy Sofía, tengo quince años y en mi opinión, no llevo una vida muy distinta del resto de las personas de mi alrededor. Desde pequeña me han inculcado los valores religiosos, no solo en casa sino también en el colegio en el que a día de hoy sigo estudiando.
Desde que mis padres me llevaban a misa cuando era niña sabía que Dios era alguien que nos cuidaba desde el cielo, alguien a quien le podías contar tus problemas y que siempre te acompañaba, pero ha sido hace relativamente poco cuando me he dado cuenta de que Dios no está ahí arriba, sino que está aquí entre nosotros, actúa a través de las personas y espera que cuentes con Él para todo.
Fue hace unos meses cuando decidí ir a las catequesis de mi parroquia, que me ayudaron a formarme como cristiana y a mejorar mi relación con Dios. Cada vez que volvía de cada una de ellas salía teniendo más fe, y de las catequesis saqué la conclusión de que el Señor no actúa de una manera llamativa ni grandiosa, lo hace de forma discreta y prudente. Solo hay que mirar alrededor para darse cuenta, al fin y al cabo, en eso consiste la fe, en saber que Dios está ahí actuando y no necesitar pruebas físicas para creerlo.
Claro está que muchas veces surgen las dudas, yo misma tengo millones de ellas, especialmente cuando te relacionas con otras personas que no piensan igual que tú, que hacen que te cuestiones tu propia fe y te hagan fallar al Señor, pero si algo sé, es que Él siempre perdona, repara los daños que hacemos a diario, y está dispuesto a dar miles de oportunidades.
Había momentos en los que no dejaba de cuestionarme qué era lo que Dios quería de mí, llegué incluso a dudar de Él. Me obligaba a seguir orando y a intentar buscar respuestas porque en el fondo sabía que no debía separarme de Él. Sentía que le fallaba e intentaba no hacerlo, pero a la vez no veía el motivo por el que seguía forzando mi fe, estaba confundida, como si estuviera ciega…
Llegó un día en día en el que, al confesarme, le presenté mis dudas al sacerdote. Cuando le conté aquello, hizo que de repente volviera a la realidad: me sentía mal por haber dudado del Señor, por haber desconfiado de Él. Aquel sacerdote me dijo que intentara leer el Evangelio de cada día y ver qué era lo que pedía el Señor en cada situación. Y así lo hice. A partir de ese momento, cada noche, antes de acostarme, hablo con Dios e intento leer el mensaje que nos quiere transmitir cada día, esto me ayuda a ver qué es lo que pide el Señor en cada momento e intento aplicarlo a mi vida.
De todo lo malo siempre se saca algo positivo y es que en toda esta situación de inseguridad hubo algo que me marcó, dándole vueltas a mis pensamientos llegué a la conclusión de que uno solo duda del Señor cuando se aleja de Él, cuánto más separado estás menos te importa tenerlo en tu vida. Una vez me dijeron: “intenta que las personas puedan ver en ti un reflejo de Dios”, pero cuando te separas de Él ya nada de eso importa, se olvida. Por ello pienso que es importante seguir hablando con el Señor para conocerlo mejor, porque mientras más conoces más amas, cuanto más unido se está a Dios más quieres acercarte y hablar con Él.
En mi opinión, el camino del cristiano es difícil, todos tenemos en nuestra vida situaciones que afrontar, dificultades y problemas, pero Dios tiene un plan para cada uno y el secreto está en afrontarlo junto a Él, para eso nos da Su ayuda.
Y muchas veces la ayuda de Dios no significa que Él solucione los problemas, sino en una sonrisa, en una mirada de cariño, en unas palabras de ánimo y en pequeños gestos encuentro yo al Señor. Esto es lo que me da la fuerza que necesito para superar las situaciones de dolor.
En ocasiones cuando sentía que las cosas iban mal me enfadaba con Dios, pensaba que se había olvidado de mí, y me preguntaba por qué quería que esto ocurriera. Ahora, más unida que entonces, comprendo que no se trata de enfadarse con Dios sino de acercarse a Él, que es quien te da el valor para seguir luchando, eso es para mi la fe.
Y con todo esto presente, cada día me levanto y voy segura, porque sé que el Señor está conmigo, me quiere y nunca me abandona.
Sofía