Hace algún tiempo, navegando entre los podcast que suelo escuchar, encontré uno del obispo José Ignacio Munilla titulado “cinco formas en que las redes sociales y los videojuegos preparan el terreno a la pornoadicción”. El título captó mi interés ya que, viene al hilo de las publicaciones recientes de Hagan Lío. Dediqué unas horas a escucharlo y analizarlo, hice algunas reflexiones sobre el tema, y quería compartirlas. Pero antes, me gustaría contar una historia.
El libro “Cartas del diablo a su sobrino” de C.S. Lewis me parece una verdadera joya y no me canso de recomendarlo. El libro simula una correspondencia entre un demonio anciano y experimentado con su sobrino, otro demonio joven e inexperto, y el primero da consejos al segundo sobre las mejores maneras de tentar a los humanos. Que nadie se asuste: Lewis era un hombre profundamente creyente y escribió este libro en tono humorístico. Es casi como un “manual de defensa personal” ante los trucos más astutos que usa el demonio para engañarnos.
En uno de los capítulos tiene lugar una severa reprimenda del demonio anciano al joven. Después de una temporada en la que el “paciente” de estos demonios había tenido un largo y difícil proceso de acercamiento a la fe, con muchas caídas y momentos de duda, la conversión definitiva había llegado de la manera más inesperada. Bastó la relectura de un libro totalmente irrelevante, con el cual el individuo realmente disfrutaba. Esa lectura, acompañada por un paseo por su parque favorito y una taza de té en una cafetería junto a un viejo molino habían hecho la diferencia. El conjunto de estos placeres positivos e inocentes, sumados a la oración habitual del hombre y, por supuesto, la ayuda de Dios, posibilitó el “milagro” en el interior de su corazón.
Los gustos personales son un punto de partida para nuestra conversión, porque están unidos a los anhelos de plenitud que Dios ha sembrado en nosotros. Por eso el demonio experimentado recomienda “suprimir cualquier gusto personal intenso que no constituya realmente un pecado, incluso si es algo tan completamente trivial como la afición al cricket, o a coleccionar sellos, o a beber batidos de cacao. Estas cosas, te lo aseguro, de virtudes no tienen nada; pero hay en ellas una especie de inocencia, de humildad, de olvido de uno mismo, que me hacen desconfiar de ellas; el hombre que verdadera y desinteresadamente disfruta de algo por ello mismo, y sin importarle un comino lo que digan los demás, está protegido, por eso mismo, contra algunos de nuestros métodos de ataque más sutiles”. Y termina con una frase demoledora: “Conocí a un humano que se vio defendido de fuertes tentaciones de ambición social por una afición, más fuerte todavía, a comer callos con cebolla”.
Como buen “millenial”, he crecido inmerso en la cultura ‘pop’, disfrutando de los videojuegos, leyendo literatura fantástica o viendo los últimos estrenos de películas de ciencia ficción. Este tipo de entretenimiento me aportó mucha alegría y me permitió conectar y compartir con mis hermanos y amigos a través de nuestras aficiones comunes. Con el paso de los años, añadí aficiones pero el espíritu continuó siendo el mismo: excursiones, deporte, voluntariado, salidas nocturnas, sumaba ratos de videojuegos, cómics… Las tardes de verano en las que el plan era jugar al baloncesto hasta que llegaba la hora de cenar, ir en bici a casa de alguno de los amigos del grupo a jugar a videojuegos y cenar pizza me sigue pareciendo uno de los mejores planes del mundo.
Cuando me hice más mayor y la vida se puso “difícil”, con una carrera universitaria dura y muchas tentaciones y decisiones complicadas, descubrí que necesitaba añadir la oración a esos planes de juventud. Si a un buen paseo y un rato de entretenimiento sumo la oración, entonces termino de sentirme en casa, me reencuentro conmigo mismo y puedo ver mis problemas con más sentido de proporción. Estoy convencido de que, si hubiese modificado mis actividades de ocio y mis gustos, si, usando palabras de Lewis, “hubiese abandonado la gente, la comida o los libros que me gustaban de verdad, y los hubiese sustituido por la «mejor» gente, la comida «adecuada» o los libros «importantes»”, no estaría donde estoy hoy, sino en un sitio peor, probablemente.
Ya en mi treintena, sigo dedicando algo de tiempo, cuando mi trabajo y mis responsabilidades personales me lo permiten, a jugar a videojuegos y me emociono como el que más con cada nuevo lanzamiento de mis sagas favoritas. Me esfuerzo en mi vida laboral, disfruto con mis relaciones personales y con el tiempo que dedico a diversas iniciativas, pero en el pequeño rato de descanso al final del día, cuando todo el trabajo y todo el estudio está hecho, descanso mucho leyendo alguno de mis libros favoritos de literatura fantástica o viendo alguna de mis series preferidas. Estas aficiones siguen valiendo oro y dedicarles algo de tiempo me ayuda a no olvidar el niño que fui, al que simplemente no le hubiese interesado nada relacionado con los “gustos sofisticados”, la convenciones sociales, o las modas que ahora se nos imponen como lo “bueno y lo “correcto” y que muchas veces son tonterías en el mejor de los casos, cuando no cosas verdaderamente dañinas.
Sin embargo, tengo que decir que estoy parcialmente de acuerdo con Munilla y con Juan Ignacio Izquierdo (Infocatólica). Opino que no es comparable un paseo por el campo o la lectura de un buen libro con la abrumadora oferta de ocio audiovisual con que contamos ahora. El paseo y el libro son alternativas más humanas y saludables, en general, que el entretenimiento virtual.
Con las pantallas estamos más expuestos al riesgo de evadirnos de la realidad, aislarnos, desarrollar adicciones diversas (está más que comprobada la relación entre redes sociales, videojuegos, pornografía, etc. y secreción de dopamina, también conocida como la “droga natural” del cerebro). El ocio audiovisual no es algo malo en sí (recordemos que el Beato Carlo Acutis era aficionado a la informática y a los videojuegos; el mismo Munilla tiene una gran presencia en el “sexto continente”, como él llama a internet), pero hay que evitar la ingenuidad y debemos tener en cuenta que las mentes detrás de las grandes empresas del entretenimiento no siempre tienen buenas intenciones.
Está claro que hay películas y series que nos convienen y otras que nos hacen mal, igual que hay comidas que hacen bien a nuestra salud y otras que debiéramos evitar. La industria del entretenimiento audiovisual y las redes sociales no buscan tanto que disfrutemos de un sano rato de desconexión. Más bien les interesa que consumamos abundantemente su contenido y, a ser posible, nos dejemos una buena suma de dinero en el proceso.
Está claro que nuestros gustos admiten un cultivo: se van trabajando, adaptando y madurando. Pero también está claro que si un joven cansado por un largo día de estudio o trabajo se siente en el deber de dedicar su escaso tiempo de ocio a ver la última película premiada en los Oscars, que le aburre profundamente, sólo para poder hacer algún comentario inteligente al día siguiente en el trabajo, vamos mal. Quizá en esas circunstancias es más razonable que vea la última peli de Spider-man, del que es gran fan y que nadie comentará al día siguiente.
El punto es que si elige por convencionalismos y abandona sus gustos legítimos, y esto se repite día tras día, esa persona se irá haciendo más vulnerable al agotamiento físico y mental, será más propenso a a autocompadecerse de penas reales o imaginarias y puede acabar cediendo a las tentaciones que le acechan. El demonio sabe esto muy bien y C.S. Lewis lo describió con gran ingenio y sentido del humor.
Pedro Dongo Flores (Instagram: @pedro.dongo.f)
Licenciado en medicina (España), especialista en pediatría, es miembro del equipo de “Hagan Lío”, una iniciativa de evangelización en las redes sociales.