Hoy quería escribir sobre algo que nos suele pasar a todos, algunos en mayor o menor medida, y que es lo difícil que muchas veces se nos hace dejar nuestra vida en manos de Dios.
Incluso los que tenemos fe y creemos en su bondad, nos ocurre muchas veces ocurre que vivimos en una constante batalla por controlarlo todo, como si pudiéramos encauzar el curso de los acontecimientos, para que nos sucedan como queremos.
Ese deseo de querer que sucedan las cosas tal y como nosotros deseamos, nos lleva a un ansia constante por luchar a veces contra viento y marea y a complicarnos más de la cuenta. Al final, es como una forma de actuar en modo “piloto automático”, buscando una especie de perfección que parece inalcanzable, que en realidad, responde a una forma de huir de lo que nos da miedo que suceda. Es decir, a veces tratamos de tener el control de nuestras vidas por miedo a “dejar que sea”…miedo al rechazo, miedo al desamor, miedo al fracaso…y al final conlleva un esfuerzo constante, que no es exactamente el buscado por Dios, porque es un esfuerzo para “cumplir” expectativas, pero que no nace del corazón.
Esta forma de actuar, que se hace de forma muchas veces inofensiva, se debe a que aunque sea de forma inconsciente, dejamos de confiar en que nosotros no somos los dueños del devenir de nuestras vidas; se nos olvida que hay Alguien mucho más grande, que tiene para nosotros una historia de amor preciosa para vivir. Y a lo mejor nos preguntamos ¿y por qué no la estoy viviendo ya? La respuesta es clara, y es porque no estás confiando suficiente en Él.
Cuando confías por completo en la voluntad de Dios, cuando te vacías de miedos, rencores, remordimientos, y le dejas hacer, Dios hace verdaderos milagros; todo empieza por el milagro más importante, que es el milagro de transformación interior; o sea, ese que sucede cuando desaparecen de ti todos esos muros que te alejan de Él, y confías tanto en su amor y su presencia constante a tu lado, que lo que te vaya sucediendo es siempre una bendición porque es voluntad de Dios, y siempre quiere lo mejor para nosotros. Pero para que suceda lo mejor, repito, HAY QUE CONFIAR en Él, a ciegas si tenemos dudas o inseguridades, pero confiar, entrar con los ojos cerrados si hace falta, en el lugar donde Él nos espera.
Una vez que sucede ese milagro interior del que hablo, es cuando viene todo lo demás, y a veces puede que nuestras circunstancias mejoren por completo, porque aprendemos a querernos más y mejor y a querer más a los demás, aceptamos lo que no nos gusta buscando el lado constructivo, y cambiamos nuestros objetivos de “lograr”, “ganar”, “ser querido”, por otro que llena mucho más, que es el de agradar a Dios con nuestra vida y sirviendo a los demás, como hijos suyos que son.
Lo más sorprendente de todo esto, es que después empiezan a llegar muchísimas cosas buenas a tu vida, porque está claro que la generosidad de Dios es infinita y que basta con que le des un poquito de ti, para que el te devuelva infinitas veces más.
Por eso, te animo a que pruebes a hacer lo siguiente, especialmente si te sientes aturdido o tratando de llegar a todo sobrepasando tus límites: vacíate de miedos, de agobios, de frustraciones, vacíate de todo lo que te aleja de Dios…y ponte delante de Él, aunque sea desde tu interior, y dile: “Señor, tu sabes lo que hay en mi corazón, conoces mis sufrimientos, mis miedos, mis alegrías, mis batallas…hoy me vacío de todo y lo pongo en tus manos, para que seas Tú el conductor de mi vida, y que todo lo que me suceda sea para gloria tuya y solo tuya”.