A todos nos ha pasado que al cerrar una etapa de nuestra vida hemos tenido que vivir el difícil momento de las despedidas. Querer a los demás acarrea, a veces, tener que sufrir un poquito y pasarlo mal, pero no olvides que estamos hechos para amar, y amar a veces implica sufrir. Por eso, sufrir también puede ser bonito sin perjuicio de que hoy te queramos dar un par de trucos para llevar mejor estos momentos.
El primero consiste en darse cuenta de que sin despedidas realmente no habría reencuentros. Y es que… ¡con qué alegría y con qué lagrimas de verdad vuelves a ver a esas personas cuando los caminos se entrecruzan de nuevo! ¿Cuándo? Bueno, para esto te proponemos que hagas como Marcos Pou y le digas al Señor -como Marcos le dijo a su mejor amiga- que cuando Él y como Él quiera. ¿Quién puede -si no es que el que más nos quiere- propiciar esa ocasión?
El segundo truco complementa a este y nos permite, además, hacer que ya en la tierra siempre estemos unidos a las personas a las que más queremos. ¿Cómo?, te preguntarás. Pues esa forma «sólo» consiste en quererlas y estar unidas a ellas en el Señor. La verdadera amistad, la que es completamente desinteresada, muchas veces surge de la oración y del abandonar en Sus manos el querer servirlos como Él sirvió a los suyos sin buscar ninguna compensación.
Hoy te proponemos que hables con el Señor de esas personas a las que tienes lejos. No se trata de que te pongas en una esquinita de tu habitación melancólico, recordando lo que antes compartíais y seguramente ya no, sino de hablarle y dejar que Él te hable de todo eso que les agradeces y de lo que, si fuera posible, te gustaría seguir dándoles. Déjalo con mucha paz en Sus manos -y después en la Misa- y ya verás como Él se encarga de hacerlo producir.
Por último te animamos a que compartas muchos momentos con los que tienes cerca, y, ¡claro!, con el Señor (¡rezar también es un buen plan para compartir!), para que así también sea Él quien forje esa verdadera amistad. No olvides que los amigos que rezan (o han rezado) unidos siempre permanecen unidos, aunque sea cada uno en una punta del país.