Por Teresa Cantero
@teresa_2_3
Desde pequeños nos han repetido muchas veces los pilares de la Cuaresma: la oración, el ayuno y la limosna. Cada año, a partir del miércoles de ceniza, empezamos a prepararnos para la Semana Santa a través de esas tres recomendaciones de la Iglesia. Sin embargo, podemos caer en el riesgo de hacerlo por cumplir, por obligación y no de corazón. ¿Somos realmente conscientes de por qué hacemos estos sacrificios?
Creo que durante la Cuaresma, y en toda la vida espiritual, es muy importante que entendamos el sentido de las cosas que hacemos para que no se limiten a una rutina o norma, para que no las hagamos por hacer.
-La oración es nuestro alimento, nuestra fuerza. Cuando hablamos con Dios, recibimos la luz y la energía que nos hacen falta para poder hacer cualquier esfuerzo. Necesitamos retirarnos y encontrarnos con Jesús en el silencio, en ese desierto en el que Él hablaba con el Padre.
-El ayuno y la abstinencia nos sirven para privarnos de ciertas cosas que deseamos. Hacemos estos sacrificios para vencer a las tentaciones, del mismo modo que lo hizo Jesús. El ayuno nos enseña a hacernos pobres con los pobres y a amar más a Dios y a los demás.
-La limosna también nos ayuda a amar, a olvidarnos de nosotros mismos y a entregarnos al resto. Jesús entregó toda su vida en la cruz por nuestras almas, y también nosotros debemos darnos a los demás ofreciéndoles lo que necesitan. Dios nos pide que aprovechemos este tiempo de conversión para que, como la Virgen, nos unamos a Él y le acompañemos durante la Semana Santa en su sacrificio en la cruz. Todo o que hacemos debe ser un acto de amor hacia Él y tiene que nacer del corazón.
Los cristianos debemos imitar a Cristo y, para eso, es necesario que le conozcamos, que pasemos tiempo con Él y que, del mismo modo que Él lo dio todo por amor a nosotros, le demos también nuestro corazón y vivamos para Él.