«Es nuestro cuerpo y hacemos lo que queremos con él”. Desgraciadamente, esta es una frase, una expresión, demasiado escuchada desde hace varias décadas por las mujeres en todo el mundo. Palabras claves en apariencia como confusas en el fondo.
En efecto, una persona puede hacer de la carne, muslos, venas, nervios y demás elementos que conforman su envoltura corpórea lo que más le plazca: adelgazarlo, engordarlo, embellecerlo con cuidados o afearlo con el abandono y falta de aseo… todo eso puede hacerse sin que a su entorno le quede otro remedio más que el de advertirle de aquello que puede ser perjudicial para él y felicitarle cuando mejora con sus cuidados.
Esta situación en el caso preciso de mujer sola, independiente y dueña de sus actos no debe preocuparnos, más allá de ciertos aspectos afecto-sociales. Sin embargo esta situación deja de ser “precisa” cuando nos referimos a una mujer que está embarazada. Por que ya no es cierto que ella es la única propietaria de su cuerpo. Ahora, dentro de él, hay algo que solo le pertenece en parte; la otra es, en condiciones normales, del varón que ha depositado en su interior, en la inmensa mayoría de los casos con su beneplácito, y por qué no decirlo claramente, con su entusiasta y placentera colaboración, una semilla que, en unos meses, será un nuevo miembro de esta sociedad que nos ha tocado vivir, con sus buenos y malos momentos, con sus adversidades y ocasiones triunfales.
Por ello “esa propiedad” está ya compartida con quien tiene perfecto derecho a exigir que su aportación se desarrolle de forma completa, sin sufrir ningún tipo de daño, provocado, durante el embarazo.
Pero es más aun, todavía podemos y debemos ir más lejos aquellos que estamos por la defensa del “Ser concebido y no nacido”, aun suponiendo que ese colaborador o “cómplice”, compartiera la idea de la madre de interrumpir el desarrollo normal del embarazo, la vigilancia sobre ambos de una sociedad, que ha decidido y legislado, desde hace siglos, que una persona no puede quitar la vida a otra, sin sufrir el desprecio social y la represión de la Ley.
Por si alguno se ha perdido, estoy hablando de eso que la Ley en nuestra patria hace que sea legal “EL ABORTO”, y cuando hablamos de aborto estamos hablando, efectivamente de muerte provocada, de asesinato, hechos que nunca pueden considerarse en una legislación como justos o adecuados a derecho.
Pero claro, para ello, una vez más, acudimos a la manipulación del lenguaje ¿Aborto? ¿No?, “INTERRUPCIÓN VOLUNTARIA DEL EMBARAZO”; así queda mucho mejor, muy fino, muy académico…
Si la ciencia, la medicina, en este caso, tiene claro que existe vida desde el primer instante de la concepción, sobran todos los argumentos sobre Leyes abortistas de plazos, semanas, meses, ni pamplinas. Aquí lo único que subyace es un multimillonario negocio de clínicas abortistas subvencionadas por gobernantes sin escrúpulos, atrapados por un “relativismo” en el que todo da igual, la persona ha pasado a un segundo, tercer o cuarto plano. Solo importa el Poder por el Poder.
Los proabortistas, que defienden la estigmatización de la mujer embarazada, violada, de la madre soltera, se quedan ya sin argumentos, son muchas las personas que creen y ayudan a que todo eso se supera. Es una palpable realidad, la mujer del siglo XXI no necesita deshacerse de una prueba fehaciente de su vida pasada, aquel recuerdo incomodo para el hombre machista que no admitia que otro hombre le hubiera precedido en el lecho de su amada. Hoy se da por sentado que siempre existe por uno y otro lado antecedentes de esta clase, por lo que un hijo, más que una prueba de delito, lo puede ser de un descuido femenino o masculino, en todo caso de amor precoz, inmaduro o no deseado.
El aborto ha de quedar descartado natural y socialmente pues revela una contradicción presente en el centro mismo del núcleo social: la que opone el principio de la singularidad de los seres al postulado de su naturaleza reemplazable, sin el cual ninguna sociedad conseguiría renovarse demográficamente.
En el plano social y a veces en el individual, según el sociólogo francés Luc Boltanki ( París 1940) , la posibilidad de discriminar entre feto como conjunto de embriones y feto inauguración de vida nueva, se hace difícil de soportar, la contradicción se vuelve llevadera una especie de gramática categorial: al feto proyecto a quien los padres, gracias a la palabra, adoptan y acogen como a un ser nuevo al proporcionarle un nombre, se opone el feto tumoral, es decir, el embrión no llamado a convertirse en objeto de un proyecto vital.
El Derecho Romano, fuente de toda la Jurisprudencia en Occidente, ya otorgaba derechos al “Nasciturus”, hoy dos mil años después, Leyes injustas y despiadadas les arrebatan derechos, el más importante de todos, “ EL DERECHO A VIVIR”. Pero sólo a ellos, sino también a sus madres y padres, negándoles el Derecho a una Información adecuada y correcta, a ayudas sociales o de promoción, condenando a inocentes a una “muerte segura”, muchas veces de manera atroz, sanguinaria y dolorosa. Inocentes que no verán la luz del Sol por culpa de la ceguera egoísta del Hombre.
No existen, por tanto, a mi modo de entender que una sociedad que se considera “civilizada”, legisle para “matar”, cuando no existen circunstancias científicas, sociales, culturales ni económicas que lo exijan, salvo, insisto, pura y burda propaganda “feminista radical” y “relativista”.
Francisco Javier Gallego Álvarez para Diario de Mérida