Cuando era adolescente y no tan adolescente, pasaba muchos veranos en la cama por heridas que se me hacían por el calor, la falta de peso y horas sentada en la silla de ruedas. Mi padre todos los días me hacía varias visitas y me contaba cosas, se preocupaba por mí y me hacía compañía —hoy todavía tenemos grandes conversaciones cuando voy a verle; pero ahora hablo mucho más yo, que todo se hereda 🙂
En una de esas conversaciones le dije que me preocupaba el futuro, que no sabía cómo me las iba a apañar, que lo veía todo difícil. Él, sin quitarle importancia a lo que le decía, me contestó que el futuro ya llegaría, que lo que teníamos que hacer era hacer muy bien lo que tocaba en cada momento y que del resto se ocuparía Dios.
Y eso intenté hacer entonces e intento hacer ahora.
Miro hacia atrás y veo con gratitud que Dios se ha ocupado muy bien del resto.
He tenido una carrera profesional muy satisfactoria en la que me lo he pasado muy bien y he disfrutado mucho con mi trabajo y, por supuesto, como suele pasar cuando Dios se ocupa, nada que ver con lo que yo tenía en la cabeza o me imaginaba. Bastante mejor la realidad que lo que yo soñaba.
Fui poco a poco independiente económicamente y viví a ratos sola y otros ratos con hermanos. Maduré, fui responsable y crecí fuera del cobijo materno y paterno, me saqué las castañas de fuego yo solita muchos años e hice grandes amistades que conservo todavía.
Mi futuro, el que soñé, lo vivo ahora. Dios me preparó muy bien para él y actualmente tengo un marido y dos hijos que son buenísimos.
El otro día mi hijo pequeño me dijo:
—Mami, no te preocupes, que yo cuidaré de ti cuando seas mayor.
Y pude responderle algo semejante a lo que me dijo mi padre a mí:
—Vivamos el hoy y ahora y Dios hará el resto.
Porque sé que si me fío de Dios y dejo lo que yo no puedo hacer en sus manos, nos regala un futuro lleno de su amor y de Providencia.
Y os aseguro que es mucho mejor que cualquier cosa que puedas imaginar.