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Con el caso “Barçagate” aparece el mayor escándalo de corrupción futbolística de nuestro país. Se ha trasladado a la opinión pública que el FC Barcelona pagó durante diecisiete años a José María Enriquez Negreira, entonces vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros, siete millones de euros. Sólo con estos hechos se podría concluir: “Ninguna pregunta más, señoría”. La Fiscalía, Hacienda, el Consejo Superior de Deportes y la Liga Nacional de Fútbol Profesional continúan la investigación.
Pero la presunción de inocencia ya se ha tornado en presunción de culpabilidad, por la relación contractual fuera de toda deontología y legalidad entre un club y el vicepresidente del Comité de árbitros. Así se tipifica el delito de corrupción en los negocios del artículo 286 bis, 4 del Código Penal. Hasta ahora venimos asistiendo a un auténtico recital esperpéntico de declaraciones contradictorias por parte de los órganos (in)competentes, reflejo de la corrupción estructural. Nada más saltar el escándalo el presidente de LaLiga, Javier Tebas, pretendía zanjar el asunto alegando la prescripción de los hechos, según la Ley del Deporte. Sin embargo, a Lance Armstrong le anularon los siete Tours de Francia por hechos acaecidos una década antes.
Una semana después, al lloverle al mandatario deportivo las críticas, quiso enmendarse la plana, exigiendo explicaciones al presidente Joan Laporta. Cualquier solución será controvertida. Para dictar una resolución justa hace falta liderazgo, fortaleza y sentido ético, cualidades en extinción. En Italia no le tembló el pulso a la justicia en el caso “Calciopoli” por el fraude árbitral en 2005, al bajar de categoría a la Juventus y la Fiorentina; al Milán y el Lazio les impusieron otras sanciones. La única forma de salvar LaLiga de fútbol pasa por aplicar una sanción ejemplar y purificadora al Barça. Ante la corrupción institucional nacional, la justicia podría venir de la UEFA o la FIFA, pese al reciente “Qatargate” en el Parlamento Europeo.
El Barça es “más que un club”, porque encarna el independentismo político de Cataluña, con el discurso victimista de “España nos roba”. La sentencia que se adopte afectará al Gobierno de la Nación —cuestión de Estado—, pues sus socios parlamentarios secesionistas Ezquerra de Cataluña, Junts per Catalunya o la CUP exigirán iguales sobornos que con la rebaja del delito de rebelión, malversación e incluso la sentencia unánime del Tribunal Supremo del 1-O. Ahora se explica que el presidente del CSD, Franco, haya tardado una semana en pronunciarse con una larga cambiada. Porque recordemos: ¿De quién depende la Fiscalía o el ministerio de deportes de Iceta? Pues eso.
Algunos medios de comunicación —muy pocos— podrán seguir tirando de la manta con burofaxes y documentos; la mayoría de los clubs de fútbol podrán hacer declaraciones de condena, pero existen demasiados argumentos políticos para aparcar el asunto. Ha sorprendido el silencio estratégico del Real Madrid CF, que junto con el club investigado han hecho pinza para intentar formar la Superliga europea; quizá ahí pueda estar la explicación. Algún analista malintencionado —cuando el sabio señala la Luna, el necio mira el dedo— infiere turbios intereses.
No resulta lógico que el mejor equipo del mundo, según la FIFA, necesite de esas “ayudas”. Así se ha vuelto a comprobar en la reciente noche de Champions con el 2-5 al Liverpool en Anfield, en rendido homenaje a una de sus leyendas, Amancio Amaro, el brujo de Arteixo, gran jugador y mejor persona. Al contrario, la persecución xenófoba y la desprotección a Vinicius —el jugador actual más decisivo del mundo— se ha convertido en la diana de todas las envidias deportivas. Lo que pone de manifiesto que el fútbol, en donde se mueven elevadas cantidades de dinero, necesita control y transparencia. Que se lo digan a Rubi (ales) y a Geri (Gerard Piqué) con la Supercopa en Arabia. ¿Acaso no parece una irregularidad que el avalista del Barça, Roures, ostente la propiedad del VAR?
El “Villarato” sembró de corrupción y de tráfico de influencias los despachos. Por eso, José Mourinho preguntaba: ¿”Pur qué”?, en alusión a los favores arbitrales al Barça; Rummenigge ya lo presentía. Xavi Hernández —entusiasta de la democracia en Qatar— confiesa que los jugadores se lo toman a broma. El “Barçagate” representa la punta del iceberg de la corrupción social. O se adoptan medidas justas y regeneradoras en el caso “Barçeira” o el fútbol español, como Montesquieu, quedará herido de muerte.