Es un tema profundo… El amor y el dolor, el dolor y el amor. Algo difícil de entender, y aprovecho esta ocasión para compartirlo. Pero debemos ser optimistas: al final ¡siempre vence el amor! Nos lo dice uno de los “grandes”.
El dolor es un misterio. No lo entendemos. Nuestra naturaleza nos impulsa a evitarlo, y sin embargo la vida conlleva sufrimiento. Y el amor a las personas queridas también nos hace sufrir… Cuanto más amamos nos hacemos más vulnerables: nos exponemos a sufrir más por amor.
El dolor no siempre se puede evadir: hay situaciones que no controlamos. Entonces, ¿cómo afrontarlo para que no nos lesione, destruya, o amargue…?
A veces nos permite hacer un alto en el camino, reflexionar sobre lo importante de nuestra vida, y no tanto sobre lo inmediato que nos reclama la atención. Porque solemos llevar una vida muy activa, y con frecuencia no nos paramos a pensar en los porqués de las cosas, en el sentido de la vida, y por tanto a priorizar bien. De esta forma, ante un dolor inesperado lo trivial cede paso a lo importante, y nos pone en predisposición de pensar.
Un gran escritor, C.S. Lewis, reflexionaba mucho sobre este tema, porque en su infancia tuvo una experiencia de sufrimiento inmenso. Sus padres murieron de cáncer, y eso le dejó una huella muy marcada. Quedó herido en lo más profundo del corazón y le costó mucho reponerse. Lógico.
En sus conferencias, al hablar de este tema usaba una metáfora muy gráfica: decía que somos como “bloques de piedra” en los que el “escultor” trata de sacar una obra maestra: una persona humana concreta. Única, singular. “Los golpes del cincel, que tanto daño nos hacen, también permiten que seamos más perfectos”. Nos ayudan a crecer y madurar.
Ya mayor, conoció a Joy Gresham: una escritora americana, poetisa y muy aguda y perspicaz, y pronto se enamoró de ella. Le hace cambiar de perspectiva.
Queda muy bien reflejado en la película “Tierras de penumbra”, de Richard Attenborough, con Debra Winger y Anthony Hopkins como el profesor Lewis.
Ella irrumpe en su vida como algo inesperado, a la vez que alegre y desafiante. Le cuestiona todo lo que él daba por supuesto y repetía en sus charlas y conferencias. Le hace repensar su vida y sus convicciones hondas. Y la importancia de la experiencia…
También plasma muy bien cómo Joy le enseña a amar. Le ayuda a que se deje querer, porque se había creado una “máscara» de protección debido al dolor de su infancia. Había optado por la “seguridad”, por guardar su corazón, y no tanto por el amor hacia otras personas. Había organizado su vida para que nadie le afectara, sumergido en una existencia cómoda en la Universidad y concentrado en sus conferencias y libros.
Se hacen muy amigos, pasean, conversan en profundidad de muchos temas. Y se casan. Al principio un poco por conveniencia, para facilitarle los papeles de inmigración, pues era divorciada. Y al poco tiempo a ella le diagnostican un cáncer avanzado.
Ante la sorpresa dura e inesperada pasan mucho tiempo juntos, preocupados, de hospitales. Él se vuelve más comprensivo, detallista, cariñoso. La cuida. Y al final se unen ante Dios y ante el mundo, antes de salir del hospital.
Vuelven a casa, y ella le va hablando de multitud cosas. También de su muerte. Le dice que no le quita felicidad, sino que lo hace más “real”. Le explica que el dolor que le produciría forma parte de la felicidad de ese momento en el que estaban disfrutando de una excursión por la campiña inglesa. Que ambas realidades están unidas: “¡ese era el trato!”
El dolor no viene solo y oscuro, también forma parte de los momentos felices… Duele porque amamos. El dolor habla del amor, remite a él.
Él la acompañaba, y no podía soportar ver sufrir de ese modo a quien quería tanto. Entonces eligió el sufrimiento, sin dudarlo, no la seguridad. Supo que merecía la pena amar sin endurecer el corazón, a pesar de poder sufrir lo inimaginable, incluso de sentir «los tormentos del infierno».
Al poco tiempo ella muere, y él, con gran aflicción y pena, se hace más preguntas: ¿por qué el amor, cuando lo pierdes, duele tanto? Ya no tenía respuestas como antes, ya las ideas no servían. Solo quedaba la pregunta esencial del sentido de la vida. Solo tenía vivencias. Y la experiencia ¡es una dura maestra!
Más tarde, pensando sobre ello escribe: “Nunca se encuentra uno precisamente con el Cáncer, o la Guerra, o la Infelicidad. Solamente se encuentra uno con cada hora o cada momento que llegan. Con toda clase de altibajos: cantidad de manchas feas en nuestros mejores ratos y de manchas bonitas en los peores. No abarcamos nunca el impacto total de lo que llamamos “la cosa en sí misma”. Pero es que nos equivocamos en llamarla así…
“Es increíble cuánta felicidad y hasta cuánta diversión vivimos a veces juntos…” Incluso aquella última noche juntos…
Forman las “dos caras” del amor: de ese binomio del amor y del dolor. No se puede amar verdaderamente sin sufrir, pero, por otra parte, el amor se hace más patente en el sufrimiento que nos toca.
Por eso se dice que el dolor es la “piedra de toque del amor”, donde se nota más claramente que se ama. Como decía un gran pedagogo y amigo, «el amor y el dolor se unen en las fronteras de la misericordia». Pero hay que saber unir esas dos realidades para que ese dolor cobre sentido y no nos destruya. Y, para que el amor aporte su fuerza y energía.
Porque, como señalara el gran Viktor Frankl, cuando se tiene un porqué se soporta cualquier cómo…
Releyendo algunos libros maravillosos de C.S. Lewis: «Los cuatro amores», precioso, que te recomiendo, y “El problema del dolor”, expongo alguna idea de éste último que puede ayudar en momentos dolorosos y grises.
* La primera es que Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero grita en el dolor. El dolor es su megáfono para despertar a un mundo sordo.
Muchas veces, ante un dolor es necesario cambiar el “chip” para que no nos afecte de un modo que nos hunda en la más profunda sima. En vez de ver todo lo negativo que conlleva, que salta a la vista, saber descubrir lo bueno que nos puede aportar si sabemos mirar con una mirada profunda, serena y optimista, aunque real.
Así, en lugar de quejarse y lamentarse, de sentirse desdichado, aprovechar lo que nos brinda para mejorar como personas. Ver todo lo positivo que subyace tras el velo oscuro o deprimente… Sacar provecho de esa situación.
* Algo positivo que encierra, por ejemplo, es que estimula la compasión en las personas cercanas. Les ayuda a pensar en los demás, a descentrar pensamientos y sentimientos del poderoso “yo” que siempre atrae con fuerza a modo de imán, pero que no nos engrandece. Así, nos torna más comprensivos y empáticos, y hace el mundo más humano, más noble.
* Ante el sufrimiento también podemos buscar un sentido, y acudir a Dios para pedirle ayuda. La mayoría de veces nos sentimos confortados. La espiritualidad y la trascendencia abrazan motivos altos que dan más sentido, y hacen de “hoguera”, con su luz y su calor en todas las circunstancias. Muy en especial en los momentos duros…
* Señala el profesor Lewis: Dios quiere que seamos capaces de amar y ser amados, y para ello nos da el «don» del sufrimiento. Algo sorprendente, para pensar a fondo. Pues nos ayuda a levantar la vista de nuestros “juegos” y mirar a “los otros”. A conectar con ellos y poderles ayudar. Pero, con frecuencia, cuando cede ese dolor volvemos a nuestros “juguetes rotos”…
De todos es sabido que las personas que han tenido dificultades y han sufrido en la vida suelen tener gran belleza interior. Aunque otras se vuelven más rebeldes… El quid está en cada uno: en cómo afronta ese dolor, y en qué sentido le pone. Y en la actitud ante él.
Muchas veces “el dolor quita el velo de las apariencias, y coloca la bandera de la verdad en la fortaleza del alma rebelde.” Y la verdad nos hace más humildes, nos atenemos a la realidad, damos importancia a lo realmente importante y nos dejamos de trivialidades, egoísmos y caprichos vacuos y tontos… Se necesita sencillez para mostrarse en los momentos frágiles.
* Por otra parte el dolor purifica el amor, lo hace más generoso y noble, porque se demuestra a pesar de que duele. Lo torna incondicional, con mayor libertad para querer.
En esta línea señala Tomás de Aquino: “El verdadero amor crece con las dificultades; el falso, se apaga. Por experiencia sabemos que, cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, el amor crece”. No lo olvidemos. Amar es descentrarse del “yo” y enfocarse en el “tú” del otro.
Por eso, cuando te toque un sufrimiento, que a todos nos llega, sé sencillo y amable, no dejes que el dolor te endurezca el corazón. No dejes que te haga odiar, ni que la amargura te robe la calma y la dulzura para mostrar atenciones y detalles a los que tienes cerca…
* Otra idea que apunta Lewis sobre la felicidad. Parece que Dios nos niega la felicidad estable en la vida, quizá por nuestro bien, pero nos reconforta en el camino con pequeñas alegrías, placer, regocijo, buenas amistades…
Es bueno no confundir todos estos placeres con la felicidad plena que podemos alcanzar, consecuencia de la plenitud personal. Es decir, de ser personas íntegras, empáticas, serviciales…, y así tener una vida “lograda”.
Y ésta se conquista aprendiendo a querer a las personas que tenemos cerca. Poner las miras en la meta más importante de nuestra vida. Es lo que da un sentido único y específico a cada uno: la misión concreta. Y siempre estará relacionada con los “otros”, pues somos seres “relacionales”, creados para ser “don” para los demás. La persona se trasciende a sí misma: ya lo decía el doctor Frankl, y en ello encuentra su felicidad.
* Además, tenemos la tarea de dejar el mundo un poquito mejor de como lo encontramos, utilizando nuestros talentos, cualidades, retos.
Y para mejorar el mundo en el que vivimos, cada uno debemos ser mejores personas. Lo cual implica adquirir buenos hábitos y virtudes que ayuden obrar de ese modo. “Virtus” significa fuerza: dan facilidad y disfrute para obrar bien, y van formando una buena personalidad.
Así, siendo mejores podremos hacer el bien. Ambos aspectos se realimentan. Me viene a la memoria la fantástica obra legendaria de J.R.R. Tolkien. Hay un diálogo entre Sam y Frodo en «El Señor de los Anillos” que hablan sobre las «grandes historias», en las que se tiene algo bueno por qué luchar, y uno no se rinde. Sigue adelante, como diría el profesor, aun después de sentir que no puede dar un paso más…
Mejorar el ambiente en el que nos movemos requiere intencionalidad y esfuerzo: no sale solo. Hay que luchar con optimismo por ser honestos y coherentes: actuar conforme a unos principios que sirvan de guía, a modo de “estrella polar”. Que nos iluminen e iluminen el camino. Y apostar por grandes historias…
Acabo con una metáfora. Como el buen vino en barrica de roble, las personas podemos mejorar con el tiempo si ponemos empeño en dar lo mejor de cada uno, si nos preocupamos de los demás y regalamos cariño a las personas que tenemos cerca. Muy en especial en la propia familia. Y más en especial si están sufriendo… Y un dolor inesperado que nos sale al encuentro nos puede ayudar a repensar algunas cuestiones. ¡Habrá que aprovecharlo!
No estamos acostumbrados a tocar estos temas, pero viene bien reflexionar en ello de vez en cuando… Aprenderemos a valorar más lo que tenemos, a dar sentido a las cosas, y a ayudar a cuantos sufren por tantas causas.
Mª José Calvo
Optimistas Educando y Amando
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