Los sacerdotes, seres humanos como todos, también pueden fumar. De hecho en esta anécdota aparecen dos párrocos fumadores, la duda que les surge nos puede ayudar a entender mejor la oración:
«Cuentan que cierta vez un joven sacerdote recién ordenado estaba preguntando varias dudas al obispo antes de partir hacia el pueblo que se le había encomendado. Entre ellas le preguntó si mientras rezaba podía fumar.
-¡De ninguna de las maneras! – respondió el obispo-. Rezar es algo muy importante, y mientras se ora uno no debe distraerse con las cosas mundanas.
Al poco tiempo, el joven sacerdote llegó a su nueva parroquia, y un día encontró al anciano párroco sentado en la sacristía y fumando un cigarrillo mientras rezaba el rosario.
-¡Pero qué hace, padre! -le dijo el cura joven-. El obispo me regañó diciendo que uno no debía fumar mientras rezaba.
-¡Qué extraño! -replicó el anciano sacerdote-. Yo le pregunté al obispo hace mucho tiempo si podía rezar mientras fumaba y le pareció buena idea».
Ahora los que fuman ya tienen excusa. Como vemos, todo depende de como enfoquemos nuestras acciones. Los dos sacerdotes parecen pedir lo mismo al obispo, pero en realidad son cosas muy distintas, por eso reciben respuestas diferentes.
Los ratos de oración son aquellos que reservamos exclusivamente para Jesús, para hablar con Él y tratarle. Por eso al obispo no le parece bien que el sacerdote fume mientras reza. Ahora bien, cuando hacemos nuestras actividades del día a día, también podemos invitar al Señor a participar de ellas, teniéndolo presente siempre. Como cuando fumamos o jugamos a fútbol…
Esta es la diferencia, más que poner nuestras cosas en la oración (que pueden distraernos), hemos de poner a Jesús en ellas, para hacerlas suyas. Reza mientras fumas, pero no fumes mientras rezas.