Cuando Cristina Sanz visitó por primera vez el monasterio de benedictinas de Santa María de Carbajal, en León, para pasar unos días de retiro lo hizo sin la intención de quedarse.
Sor Ernestina, hoy abadesa, la invitó a hacer un retiro. «Tras decir que sí por teléfono me arrepentí. ¿Qué iba a hacer yo en un monasterio en León? Pero como suelo hacer un retiro al año y todavía no había tenido oportunidad, me animé»
«Estuve cinco días viviendo con ellas. Me atraía especialmente la aparente inutilidad de la vida que llevaban y la felicidad y serenidad que veía en ellas», relata. Sor Ernestina le explicó que al igual que los hombres tienen una condición material y necesitan vestirse y comer, bienes que producen las empresas, también hay otra dimensión, la espiritual, y es la vida monástica y contemplativa la que la sostiene.
Volvió una segunda vez y le pidió a la Virgen que la iluminara. «De repente, Dios me llamaba a la vida monástica, de la que no tenía ni idea y pensaba que me venía grande. Fue una sensación de asombro y paz a la vez. Es difícil de expresar», reconoce.
«Nunca había experimentado lo que es haber encontrado tu sitio. Estoy feliz sin hacer cosas extrañas, en el día a día, en la vida con las monjas, el trabajo y la oración», concluye.
Fuente: Alfa y Omega