Llevo dos días acudiendo a impartir la plática de niñas de 2º y 4º de ESO.
En ellas observo muchas veces caras de perplejidad, pero ayer y hoy me he atrevido hacer dos preguntas: La primera es si les interesaba la clase de religión, ninguna de ellas ha levantado la mano; la segunda pregunta es si les interesaba Dios, a lo que todas han respondido que sí. El asombrado, ahora, era yo.
Después he preguntado qué es lo que les interesaba de Dios y, como era de esperar, han aparecido diferentes respuestas que no coincidían con el temario que en esos momentos se estaba dando.
El desafío de la Iglesia es grande. El mismo que a sus inicios. Y ante ese reto la Iglesia debe, como muchas veces hace, pararse y escuchar lo que hoy dicen sus hijos en la calle para, por lo menos, conocer sus intereses.