En una habitación llena de gente, el Señor me miraría. En una habitación llena de gente, el Señor te miraría.
Y no nos miraría porque tú y yo seamos el no va más, porque, como dice San Pablo «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?» (Hb 2, 5). No. El Señor nos miraría porque Él en su infinita bondad y libertad, decide querernos. Al igual que nosotros decidimos querer a las personas de nuestro alrededor incluso cuando nos exasperan y al igual que ellas deciden querernos incluso cuando nos equivocamos y les causamos algún daño.
En una habitación llena de gente, aunque agacháramos la cabeza sumidos en la vergüenza por haber pecado, aunque no nos sintiéramos dignos de estar con a Dios cara a cara, el Señor nos miraría. Nos miraría aunque en ocasiones nos creamos superiores a los demás, nos miraría con agradecimiento – así de humilde es el propio Dios – si estuviéramos a su lado repitiéndole que le amamos.
Ese es el gran regalo de ser cristiano. Saber que, pase lo que pase, el Señor nos mira.
Ese es el gran regalo de ser cristiano. Saber que, pase lo que pase, el Señor nos mira. Y espera que le miremos de vuelta. Porque Su mirada es penetrante, profunda, ve hasta lo más hondo, lo que más te avergüenza, lo que no cuentas. Ve aquello de lo que más te alegras, de lo que más te enorgulleces. Lo ve todo y te mira con Amor. Su mirada sana, cura, invita a la esperanza.
Siempre he pensado que la mirada del Señor debía ser sobrecogedora. Con sólo una mirada logró que María Magdalena, Andrés, Simón, Santiago… dejaran toda su vida y le siguieran. Sus ojos debían reflejar un Amor tan grande… Un amor incondicional. A pesar de todo, a pesar de nosotros mismos.
Es una mirada que repite «te he elegido», como eligió a los apóstoles.
Es una mirada que repite «te he elegido», como eligió a los apóstoles. Te ha elegido a ti para que estés donde estás, en tu familia. En tus amigos. En tu trabajo. En tus estudios. El Rey de Reyes te ha escogido a ti para que mires con amor y repartas una mirada que genere confianza, no disidencias. Te pide que mires como Él lo hace. Cada vez que hables con alguien, piensa que es Jesús con quien hablas. Él mismo lo dice: «cuanto hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt, 25, 31). Mira a los demás como mirarías a Jesús y a la inversa, mira a los demás como Jesús les miraría. A veces no caemos en la cuenta del poder de una simple mirada cargada de amor, de amabilidad, de ternura, de perdón. Mira a Dios y aprenderás a mirar como Él.
Su mirada hace cosas grandes. Tan grandes como mirarnos a nosotros, elegirnos a nosotros a pesar de ser tan pequeños. Y hacernos sentir importantes y, sobre todo, amados. Porque nos miraría a nosotros, de entre todos, en una habitación llena de gente. Y eso es mucho decir.
Patri Navarrete