Sigue rondando mi memoria, aquella noticia que sobresaltaba nuestros quehaceres en las vísperas de la Natividad del Señor, dos jóvenes perdían la vida, dos almas buenas entregadas al Señor se iban al cielo. Las preguntas que el mundo de hoy se hacía era el ¿cómo fue? ¿Qué había pasado?
Vivimos en una sociedad que aparta el sufrimiento de lo cotidiano, quizás o no quizás no se está preparado para la muerte, porque en cada instante que se nos regala no nos preparamos para ir al cielo. Sólo importan la mundanidad, el prestigio, el poder, incluso pretendemos que Dios nazca en las mejores posadas, con el bullicio de las luces y la esclavitud del materialismo.
Muchas voces en las sobremesas en torno al día de Navidad se preguntan sobre la existencia o no de Dios, sobre la cerrazón de su resurrección, sobre el porqué de un mundo herido y la existencia de enfermedades. No hay mayor signo de la Resurrección del Señor, que la partida a la casa del Padre de almas buenas y generosas, con sus fallos y aciertos, siempre en camino y búsqueda hacia la vocación que Dios pedía en cada momento.
La experiencia, el ejemplo, el testimonio, leído estos días de los dos jóvenes que fallecían a causa de un accidente, nos hace ver la vida en busca de un sentido mas celestial que terrenal. Quisiera poner en estas pobres letras, el testimonio de María Magdalena, desde una lectura creyente, Ella fue testigo de la resurrección, estaba buscando los signos de la muerte, las vendas y las heridas. Cuantas veces, en vez de buscar de verdad al Señor, lo hacemos en la muerte, vivimos más pensando en el pasado, que en el agradecimiento.
A Nadie le gusta el dolor y el sufrimiento, el nuevo mundo que pretenden fabricar desde la cultura de la cancelación, pretende hacernos personas poco sensibles e indiferentes al dolor, a ese dolor que muchas veces vemos en los ojos de los demás, no son pocas las veces que, paseando, me encuentro a personas que viven entre cartones y mantas, esa Navidad, ese Cristo Roto, que son los verdaderos sagrarios abandonados.
Estos días la memoria nos hace recordar a aquellos que ya no están con nosotros, pero su presencia habita en el cielo, esa es la verdadera belleza, la santidad hecha vida, tuve el gran privilegio y regalo de recibir de mis padres la sencillez, la paz y el gozo de la belleza, ellos viven en la eterna morada del cielo.
Es un Don y una Gracia, recibir del Señor la paz interior y las fortalezas necesarias, para agradecer las vidas de aquellos que nos enseñaron a caminar por esta tierra. No hay mayor sentido que vivir en la libertad de Dios.
Aunque estos días los ecos sean huérfanos, y las palabras dibujen soledades, que nuestro canto sea el amor y el servicio hacia los demás.
Alberto Diago Santos