A veces nos surge de manera espontánea ayudar a un compañero que se encuentra en aprietos ante un examen, ni que decir tiente cuando es un final. En casos concretos como esos, estamos ayudando a quien no sabe, le estamos enseñando. Pero esos fogonazos de buena voluntad a veces solo suceden en ciertas condiciones: si es que tenemos tiempo o hemos terminado nosotros todo lo que teníamos que hacer, si esa persona nos cae bien, si creemos que a cambio vamos a obtener algo… Son actitudes humanas pero propias de un egoísta, y por ello nos podemos preguntar: ¿son acaso las que Jesús haría en nuestro lugar?, ¿es lo que Él hizo mientras estuvo aquí?
Las Obras de Misericordia espirituales, que empezamos a tratar hoy, las ha tomado la Iglesia de algunos textos que están a lo largo de la Biblia, y… ¡de actitudes y enseñanzas del mismo Cristo! ¿Cómo lo hacía? El Evangelio está lleno de citas; leemos que Jesús enseñaba a la gente, que recorría las ciudades enseñando, que les enseñaba como quien tiene autoridad. Es Él quien nos ha dado el ejemplo para que hagamos lo mismo que hizo con nosotros, y que sigue haciendo -si es que nosotros le dejamos-.
Esta obra de misericordia es una verdadera arma que cada uno posee, aunque a veces no nos demos cuenta. No basta con saber muchas cosas, no se trata de eso solamente. Todo el que enseña con espíritu de caridad al hermano que está en la ignorancia, ¡y no hablamos sólo académicamente!, cumple con esta obra tan necesaria. La Iglesia, desde el principio, no ha cesado de trabajar para aliviarnos, defendernos y liberarnos de algo tan terrible como es la ignorancia.
Si encontramos oportunidades para practicar esas buenas intenciones que tenemos, con hechos concretos, veremos que más que enseñar nosotros algo, es Alguien quien nos está enseñando a nosotros… a amar.